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Capítulo Cuatro

CUATRO

 Brillo y Silicio

 

Bajo la escasa luz del almacén, Mauro dormía acostado sobre la mesa, rodeado de los puntos de luz del servidor situado detrás de él, que titilaba procesando datos. Sobre su rostro se movían los reflejos del resplandor de la pantalla con un intrincado tejido neuronal.


Una barra de procesamiento avanzaba en la pantalla del monitor central, el más grande del ensamble, mientras todos los demás estaban llenos de códigos y ondas que se desplazaban con movimientos inteligentes, ajustándose automáticamente. Uno de ellos mostraba la red de nodos interconectados por hilos que era el interior del prisma cuadrangular, líneas que se desconectaban y volvían a conectarse con otros centros de información, buscando una posición de acople perfecta.


Cuando la barra se completó, el computador emitió un sonido tonal y el párpado de Mauro vibró con un movimiento reflejo. Abrió los ojos y se percató de que una parte del proceso había terminado. Pestañeó varias veces para recobrar nitidez. Todavía podía sentir las luces blancas del Faktor Bar encandilando su vista durante el desmayo de Liliana; el recuerdo se había colado en sus sueños.


Se desplazó hacia atrás y se puso de pie. Observó la luz del pequeño ventanal ubicado en la parte más alta del almacén. Ya había amanecido. Revisó la hora en el brazalete negro y delgado que llevaba en la muñeca, y los números digitales aparecieron en azul sobre la superficie.


*

 

Se echó otra suma de agua en la cara con el grifo abierto a tope. Apoyó ambas manos en el borde del lavabo y levantó el rostro para observarse en el espejo.


La mayor parte del reflejo resultó borrosa por la superficie desgastada, a excepción de su pecho, sobre el cual se balanceaba el dije del collar de Liliana. Era una estrella hexagonal plateada y plana. No pudo evitar tomarla entre los dedos. Acarició la superficie metálica, deseando que su novia fuera capaz de sentir su mano otra vez.

 

*

 

La recordó sentada en la cama, todavía bajo las cobijas, trabajando en su tableta digital translúcida. Tenía un aspecto decaído, a pesar de su intento por disimularlo. En el pecho llevaba, como siempre, su collar con dije de estrella.


Mauro dejó caer el líquido humeante de un termo sobre un vaso de vidrio y lo entibió con el agua de una jarra transparente. Se alejó del escritorio hacia la cama para entregarle el vaso, pero antes de llegar, Liliana abrió la aplicación de cámara y comenzó a filmarse.


—Hola, chicos, ¿cómo amanecieron? Espero que bien. Yo estoy algo enferma, parece que me resfrié con estas lluvias que no paran, pero no se preocupen, de ley nos vemos este viernes en el Paradise Bar. En mi bio van a encontrar toda la info. ¡Pilas, nos vemos ahí! —Terminó la grabación y empezó a escribir la descripción.


—Si te mejoras —le dijo Mauro con un poco de ironía.


—No seas pesimista.


Su novio le ofreció el vaso con agua y una píldora blanca.


Liliana dejó caer la tableta sobre el edredón, puso la pastilla en su lengua y se la tragó, bebiendo el líquido hasta el fondo.


—No es que sea pesimista —aclaró Mauro—, solo que no he visto a nadie desmayarse como primer síntoma de gripe. Deberíamos ir al médico.


—¡Ah!, ya vas a empezar. —Le devolvió el vaso—. Solo me... Me sentía sofocada por el público, hacía mucho calor y ya. Nada más. Alarmista.


Su novia agarró de nuevo la tableta y cuando se puso en posición de escribir, Mauro se la retiró al instante.


—¡Qué haces! —le reclamó ella. Se reclinó hacia adelante y se estiró, alargando el brazo para retenerlo por el hombro, pero su mano solo alcanzó a rozarlo. Tuvo que retroceder, apoyándose sobre la cama, y se quedó sentada sobre las rodillas—. Mauro, necesito organizar el próximo evento. —Le mostró la palma de la mano, esperando a que le devolviera el dispositivo.


—Tienes que descansar si quieres cantar el viernes en el Paradise Bar —le dio la espalda y luego abrió el menú para apagar el apartado.


Liliana se bajó de la cama con un movimiento violento y se acercó por detrás, dejando salir todo el enojo.


—¡Dame eso! —Su novio se alejó y estiró el brazo para situar la tableta fuera de alcance—. Oye, no entiendes lo que te estoy... —Le faltó el aire. Por un momento, perdió el equilibrio y tuvo que apoyar la mano sobre el escritorio.


Mauro dejó la tableta en la peinadora y se acercó con la intención de ayudarla, pero Liliana le extendió el otro brazo, también débil, para evitar que se acercara.


—Estoy bien —le dijo con la cabeza agachada. Quiso incorporarse, pero perdió la dirección de la mirada, y acto seguido, se desmayó.


Mauro se impulsó hacia ella, resbaló con las rodillas en el piso y logró sostenerla antes de que su cabeza golpeara contra el suelo.


—Lily... Lily...


*

 

Algunos médicos transitaban por el pasillo y había pocas personas sentadas en la sala de espera. A pesar de las sillas vacías, Mauro prefirió esperar de pie, arrimado a la pared junto al extintor. No quería pensar en nada. Luchaba por mantener la mente en blanco para no imaginarse escenarios negativos. Hacía dos horas que habían ingresado a Liliana por emergencias. Tal vez había sido exagerado, pero no podía soportar verla mal, lo desesperaba. Un desmayo podría haber sido por falta de aire, tal vez por claustrofobia, pero dos, y consecutivos, significaban algo más.


No había podido conseguir noticias de ella. El médico le había comentado que debían notificar primero a los familiares. La madre de Liliana estaba trabajando cuando la llamó por celular para contarle lo sucedido y ella había salido tan pronto recibió la noticia. No tardaría en llegar.


Levantó la mirada hacia la puerta corrediza. Esta se abrió automáticamente y Lourdes, la madre de Liliana, una señora de unos cincuenta años, aunque parecía tener diez menos, entró directamente hacia la recepción con un bolso café y ropa ejecutiva azul marino. La recepcionista levantó el brazo para indicarle que podía pasar a los ascensores, y la madre de Liliana se apresuró a cruzar la sala de espera, sin percatarse de la presencia de Mauro, que la dejó seguir. No quiso interrumpirla, de todas maneras estaba por tener noticias de Liliana, solo tenía que esperar un poco más.


*

 

Una hora después, Mauro estaba en la cafetería exterior de la clínica, sentado en una de las mesas del espacio verde. Esperaba ver a Lourdes pasar a través de las paredes de cristal cuando se encaminara a la salida para preguntarle por Liliana. No había pedido nada y acariciaba el dije estrellado del collar de su novia, el cual había tenido que quitárselo para poder ingresar con los médicos.


Una mujer tomó asiento en la mesa de enfrente, de espaldas a él. Después de dejar el bolso en la silla contigua, colocó un platillo blanco con una taza de café sobre la superficie. Mauro tardó unos segundos en reconocerla, se trataba de Lourdes.


Ella elevó el rostro cuando lo sintió aproximarse y Mauro advirtió los rasgos preocupados de la señora.

—Gracias por traerla —le dijo cuando lo reconoció.


—No se preocupe —respondió él, colocando las manos en los bolsillos del pantalón.


Hubo un momento de silencio algo incómodo. No se atrevía a preguntar por Liliana, tenía un mal presentimiento.


—¿Qué tiene?


—Me dijeron que el análisis de infección dio negativo... que le van a hacer otras pruebas... ¡Ay!, esta muchacha, ojalá no sea nada grave.


*

 

Durante todo el día, los médicos le practicaron varios exámenes a Liliana, y Mauro no se retiró de la cafetería. Lourdes le transmitía los diagnósticos, pero ninguno revelaba la causa de los desmayos. Hace tiempo que se había terminado el último café y se había quedado sentado con la mirada en el infinito. Las luces de la clínica ya llevaban algunas horas encendidas y se reflejaban por la superficie de la arquitectura vidriosa, que también dejaba apreciar la calle con su movimiento nocturno.


Observó entonces una figura que se aproximaba a paso apresurado por el pasillo, una figura que le resultaba familiar. Cuando ingresó a la cafetería, pudo reconocerla. Vestía botas negras, unos vaqueros al cuerpo con secciones rasgadas y desconocidas, un top rosa y su típica chaqueta de cuero negra. Era Victoria.


Mientras se acercaba, recordó que hace más de media hora lo había llamado por celular para algo importante, pero había preferido no decirle nada al escuchar que Liliana continuaba en la clínica.


A Victoria le fue fácil encontrarlo, Mauro era uno de los tres comensales que se encontraban en el sitio. Llegó a la mesa, se despojó de la mochila y tomó asiento frente a él. Llevaba puestas las gafas transparentes de realidad aumentada. Evitó los saludos al percatarse de su aspecto agotado.


—¿Cómo está Liliana? —le preguntó con la respiración un poco agitada.


—Todavía no se sabe —respondió Mauro después de unos segundos, con voz monótona—. Hay que esperar otro examen; pero... no sé... no sé... —Dejó escapar un suspiro pesado mientras apoyaba la frente sobre la mano.


Victoria frunció el ceño con angustia.


—No te preocupes, va a mejorar —le acarició el brazo para darle ánimo—. ¿Y tú? ¿Cómo te sientes? ¿Quieres que te traiga un vaso de agua?


—No, estoy bien —respondió Mauro, y se dejó caer sobre el respaldo—. ¿Qué querías decirme por teléfono?


—Sé que no es el mejor momento, pero... recibimos una notificación de Mindsoft.


Victoria abrió su mochila, sacó una carpeta plateada y la colocó sobre la mesa. El logotipo de la corporación resaltó con su característica tipografía minimalista, grabada sobre la cubierta con un material metálico. Al abrirla, el contenido era una sola hoja, de color gris y con poco texto. Tenía varios códigos de barras y pequeños chips incrustados del mismo grosor de la hoja, brillantes por el silicio.


—Nos enviaron los nombres de las personas que van a trabajar con nosotros. Mañana los conoceremos y organizaremos todo. —Con el dedo deslizó las imágenes proyectadas por los microcircuitos del documento. Una ficha tras otra contenía la información de los profesionales.


Las gafas de realidad inmersiva se complementaban con un par de brazaletes delgados de electromiografía, una tecnología derivada de las neurociencias que permitía capturar la actividad eléctrica del sistema nervioso y traducirla en comandos digitales.


—Victoria, no tengo cabeza para nada. ¿Puedes hacerlo tú? —le pidió Mauro.


Ella se quedó en silencio por unos segundos y luego se echó para atrás con un fastidio reprimido. Se lo había advertido para no recibir este tipo de respuestas, pero no había servido de nada, otra vez Mauro le salía con excusas.


—¿No vas a ir? —le preguntó con falta de energía.


—No puedo pensar en nada —respondió Mauro con la vista en el vacío.


—Mauro, sé que debe ser difícil; pero te lo dije, si faltas, no podré cubrirte.


—No sé si voy a ir o no. Todo depende del diagnóstico de Liliana.


—No puede depender de eso, Mauro. Tienes que estar ahí si no quieres que Mindsoft nos despida.


—No es normal que le hagan tantos exámenes a Liliana. Algo le está pasando. Cuéntales la situación.


—No funcionará.


—Su madre me necesita. ¿Recuerdas que su papá ya no está y que el resto de su familia vive en otra ciudad? Solo cuéntales.


—Yo sé, Mauro, pero no funciona así, tienes que venir.


—No te importa, ¿verdad?


—Claro que sí, también es mi amiga.


—¡Entonces solo diles que no puedo ir porque Liliana está en la clínica! —levantó la voz y las manos le temblaron.


—¡Y a ellos qué mierda les va a importar eso! —le cuestionó Victoria, más fuerte todavía.


El sonido se expandió por las mesas vacías y el par de personas que estaban sentadas tomándose un café voltearon a verlos.


Victoria tocó el botón a la izquierda de las gafas para apagar las imágenes de realidad aumentada y se las quitó.


—Para ellos —lo miró a ojos—, solo somos dos hormigas de campo. Si faltas, prácticamente les estaríamos regalando el proyecto. ¿Recuerdas lo mucho que he trabajado en esto?


Mauro no encontró palabras para responder. Su amiga fue quien había tenido la idea del proyecto, y él era testigo de lo mucho que se había sacrificado para que Mindsoft los escuchara. No merecía fallarle.


Victoria cerró la carpeta y volvió a guardarla en la mochila.


—Yo sinceramente espero que nada malo pase con Liliana, pero si mañana no estás en Mindsoft, no solo perderás el mejor trabajo que podrás conseguir, también perderás una amiga. —Victoria se puso la mochila al hombro y con un giro se levantó hacia la salida.


Mauro no pudo hacer otra cosa que verla salir mientras ella volvía a ponerse las gafas de policarbonato.


Capítulo Cinco