No fue en un aula ni en un congreso sobre diversidad. Fue en casa, mientras mi hija jugaba, reía y me miraba con esa verdad que sólo los niños pueden sostener sin temblar. Ella, con su forma única de ser, me abrió los ojos a un mundo donde el amor no necesita etiquetas ni explicaciones.
Gracias a ella entendí que la inclusión no es una teoría, sino una forma de mirar al otro con ternura y sin prejuicios. Que la diferencia no es algo que se tolera, sino algo que se celebra.
Es por eso que nació este proyecto. Porque sé que hay muchos niños y adultos que también necesitan ver reflejadas sus historias, sus emociones, sus desafíos. Y también porque hay muchos otros que todavía no descubrieron que abrir el corazón a lo diferente es la forma más bella de crecer.
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