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Gracia

Sería una hipócrita si dijera que no tuve temor cuando los médicos me dijeron que debían operar de urgencia a mi hijo. Durante el recorrido en la ambulancia, mientras lo transferían al hospital de niños, yo iba orando, sí, pero temblando de miedo. ¡La guerra que uno libra en la mente a diario es en parte, la misma causa por la que nos hacemos llamar soldados de Cristo!


He escuchado varias veces que Job atravesó un fuerte proceso porque su temor le abrió una puerta al diablo; no concuerdo con esta idea por los siguientes motivos:


1. El temor no es un pecado que dé un derecho legal al diablo, porque si así lo fuera, Dios no hubiera usado a Gedeón, cuyo temor se hace evidente en la narración de su historia (Jueces 6:15-16), ni a Moisés, que temía que el pueblo no reconociera que Dios lo había enviado (Éxodo 4:10-12), ni a Jeremías, que se hallaba a sí mismo joven e incapaz de cumplir la misión que Dios le estaba encomendando (Jeremías 1:6-8).


2. Si el temor le da un derecho legal al diablo, ¿por qué entonces le pide satanás a Dios que retire su protección sobre la vida de Job? (Job 1:10).


No podemos impedir que vengan pensamientos de duda, temor o incredulidad; porque almacenamos mucho conocimiento basado en experiencias tanto nuestras como de los demás. El algoritmo de nuestra mente funciona con variables y causa-efecto. Este determina en fracciones de segundo, que la situación que vemos es similar a otras que conocemos o nos han enseñado, donde el final, por lógica, es una probable consecuencia terrible, y esto es lo que produce el temor en nosotros, además de saber que no tenemos el control de tal situación. Pero nuestra arma es la palabra de Dios, a la que acudimos rápidamente para desplazar cada uno de estos razonamientos que vienen en forma de dardos del enemigo con malos pensamientos, casi como ráfagas. Es ahí, y solo ahí, donde nuestra actitud se vuelve determinante para nuestro futuro.


En mi experiencia personal, cuando Franco estaba inconsciente en terapia intensiva, en estado crítico, yo llevaba tres noches sin dormir y sin dejar de poner palabras de Dios en mi boca, leyendo en voz alta para desplazar todo pensamiento contrario. Pero hubo un momento en el que la fiebre no le bajaba y los malos pensamientos vinieron tan bruscamente, casi aturdiéndome. Me había regresado a casa para relevar más tarde a mi esposo como acompañante del niño. En ese momento, apreté mi almohada, grité, lloré y clamé a mi Padre. No le estaba pidiendo por Franco, le pedía que ayudara mi fe, que me ayudara a creer cada una de las palabras que yo continuaba declarando, que me ayudara a confiar y visualizar la provisión de sanidad y vida que ya nos dio en la cruz (Isaías 53:5).


Es fácil especular desde un estado de paz, el estar en armonía con la palabra de Dios, es fácil cuando no se está atravesando el desierto. Pero lo cierto es que el mismo Jesús, en el huerto de Getsemaní, pidió a su Padre que, si era posible, pasara de Él la copa que debía beber (Mateo 26:39).


Lo peligroso de creer que si tenemos temor, esto nos acontecerá, es que no solo tendrás que luchar contra el temor, sino también contra la condena, y ésta a mi entender es el arma más poderosa del diablo, porque la condena es lo contrario de la gracia. La gracia de Dios nos revela que, sin ser merecedores de nada, Él nos da todo. Sin ser aptos para nada, Él nos usa para todo. Siendo débiles, Él se glorifica. Siendo viles, Él nos llama (2 Corintios 12:9; 1 Corintios 1:27-29).


En cuanto a Job, es un poco arrogante pensar que podemos determinar una causa del porqué de una situación cuando, como seres humanos, no podemos visualizar todo el panorama. A veces, nos desenfocamos del mensaje bíblico al buscar el error en cada personaje, en lugar de enfocarnos en la actitud de fe que permitió que Dios hiciera tales maravillas en sus vidas (Santiago 5:11). No podemos ajustar la forma en que obra el Señor a nuestro razonamiento humano. Lo que Dios revela de Su palabra no se sale de contexto y no empaña la gracia derramada. No vivamos un evangelio de condena. Seamos libres para escudriñar Su palabra y entender que la fe es una batalla. Uno no vence al temor diciendo que no tiene miedo; uno lo vence con la palabra de Dios.


Las situaciones que enfrentamos influyen en varios ámbitos, más de lo que podemos entender. Por ejemplo: es muy probable que el decreto que emitió el rey Darío de un castigo severo a quien se opusiera a la reconstrucción del templo de Jerusalén (Esdras 6:11-12), fuera influenciado por la experiencia que tuvo al ver a Dios librando a Daniel de la boca de los leones (Daniel 6:26-27). Sin embargo no es parte del mensaje que solemos escuchar sobre este pasaje bíblico. Y es que el contexto de una historia abarca muchas cosas que no podemos entender porque no tenemos toda la evidencia ni hemos escuchado todas las declaraciones de los testigos; y a veces porque no tenemos la disciplina de estudiar la Biblia de forma individual y personal como parte de nuestra relación con Jesús.


 Reconozcamos que no lo sabemos todo, demos espacio a los misterios que en su momento serán revelados, la posición de juez no nos corresponde. Mejor, tomemos lo bueno de cada historia y recordemos que el fruto nos hará saber si alguien estuvo en lo correcto (Mateo 7:16-20). Cuidemos que Dios no nos termine diciendo como a los amigos de Job: "Ustedes, en su abundancia de palabras, hallaron pecado. Arrepiéntanse" (Job 42:7-9).


En resumen, no te acomodes a esos pensamientos de temor, enfréntalos con la palabra porque ya la victoria es tuya. No dejes que nadie te condene por flaquear, porque cuando nos sentimos débiles solemos recurrir con más ahínco a la gracia de nuestro Padre amado (2 Corintios 12:10). Y sobre todo enfócate en el mensaje de Jesús, en el beneficio de su Reino y en el derramamiento de su gracia que nos ha hecho libres!! El Espíritu Santo nos guía a toda verdad, nuestro compromiso es subir el volumen a Su voz.


Por cierto, me encanta leerte, déjame en los comentarios tu opinión sobre este tema🤗


Dios te bendice y te ama. Él es fiel.