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La relatividad del Reino

Hace algún tiempo, alguien me comentó que atravesaba por un momento difícil en su camino espiritual, sentía que trabajaba duro y no veía avanzar la promesa ni el fruto de la profecía que había recibido para su vida, pero fue justamente cuando alguien más se le acercó y le dijo: “Eres una persona muy bendecida, me inspira ver todos tus logros y la manera en que Dios te usa”. En ese momento comprendió que lo que percibía como demora y quietud no reflejaba su realidad, así que comenzó a cambiar su perspectiva.


Hoy, mientras recordaba esta conversación, comencé a conectarla con mis estudios y comprendí que esta experiencia es una ilustración viva de cómo funciona el Reino de Jesús, y la ciencia puede ayudarnos a entenderlo mejor.


Y aquí aparece en mi mente la teoría de la relatividad de Albert Einstein, que nos muestra que el tiempo y el movimiento no son absolutos, sino que dependen del observador. Un mismo hecho puede sentirse lento, rápido o incluso inmóvil según la perspectiva. Lo que para ti es inactividad, para otra persona es avance.


Un ejemplo de esto: Imagina que estás sentado dentro de un avión que vuela a gran velocidad. Desde tu perspectiva, dentro de la cabina, puedes sentir que estás quieto, sentado en tu asiento, sin moverte. Pero para alguien que está en tierra viéndote pasar, estás avanzando rápidamente por el cielo. Este sencillo ejemplo muestra cómo el movimiento depende del observador: lo que para uno puede parecer quietud, para otro es un movimiento evidente.


Ahora bien, piensa en los satélites GPS que orbitan la Tierra. ¿Sabías que estos satélites deben ajustar constantemente sus relojes porque la gravedad (que curva el espacio-tiempo) hace que el tiempo pase a diferente ritmo para ellos que para nosotros en la superficie? Sin estos ajustes, los errores en la ubicación calculada serían de kilómetros en cuestión de minutos. Sin embargo, para nosotros aquí en la Tierra, estos cambios son tan pequeños que no los percibimos; para nosotros, el tiempo parece transcurrir al mismo ritmo siempre.


Y es que aunque no lo notemos, todo en el universo se mueve constantemente. La Tierra gira sobre su eje y viaja a miles de kilómetros por hora alrededor del Sol, y ni siquiera sentimos ese desplazamiento. Así también, en el Reino de Dios todo está en constante movimiento, aunque nuestros sentidos naturales no lo capten.


Nuestro ser natural tiende a juzgar el espacio y el tiempo por lo que sentimos, y esa percepción puede engañar. Pero la fe no se rige por sensaciones; la fe trae a la existencia lo que cree aún cuando no lo siente. La fe no juzga por lo que percibe, sino por lo que promete. Ver con ojos espirituales significa percibir lo que está en movimiento aunque parezca quieto.


Dios no ve como nosotros vemos; Él no está limitado por el tiempo ni por el espacio. Lo que para nosotros parece imposible o lejano, para Él puede ser tan instantáneo como un abrir y cerrar de ojos. Como dice 2 Corintios 4:18: “No mirando nosotros las cosas que se ven, sino las que no se ven; pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas”.


Jesús también nos recuerda en Juan 5:17: “Mi Padre hasta ahora trabaja, y yo trabajo”. Aunque tú sientas quietud, Dios sigue obrando; las piezas se están alineando, y el propósito sigue su curso. Habacuc 2:3 dice: “Aunque la visión tardare, espérala; porque sin duda vendrá, no tardará”.


En este punto me gustaría añadir que en la mecánica cuántica, una partícula puede existir en varios estados al mismo tiempo, como una onda invisible que se extiende en diferentes posibilidades. Sin embargo, cuando interactúa con un equipo de medición (lo que se llama “observación” en física), esta superposición colapsa, y la partícula se manifiesta en un estado definido y concreto.


De manera análoga, en la vida espiritual, muchas promesas o realidades permanecen en un estado de incertidumbre o invisibilidad para nuestros sentidos naturales. Pero cuando ponemos nuestra fe y atención, y usamos nuestros “ojos espirituales”, ese estado de incertidumbre colapsa, y lo invisible comienza a manifestarse y tomar forma en nuestra realidad.


Así, la mirada de fe actúa como un observador que trae a existencia lo que Dios ya ha prometido, haciendo visible lo que antes solo estaba en posibilidad.


Recuerda siempre esta certeza que Dios nos ofrece en Isaías 55:10-11: “Porque como desciende de los cielos la lluvia y la nieve… así será mi palabra que sale de mi boca; no volverá a mí vacía, sino que hará lo que yo quiero, y será prosperada en aquello para que la envié.” Aunque no lo sientas aún, Su palabra está cumpliéndose, inquebrantable, en el espacio-tiempo espiritual.


Quizás hoy no ves el brote de lo que sembraste, pero eso no significa que no esté germinando. El Reino, como el universo, no se detiene. Cierra los ojos naturales y abre los espirituales: lo imposible puede suceder… de un momento a otro.