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Los dioses modernos

¿Sabías que detrás de cada atuendo llamativo (como los de la Met Gala) existen contratos muy exigentes y grandes presiones de las marcas hacia los artistas?

Muchos resaltan la similitud de estas galas con la película "Los juegos del hambre". A mí me parece irónico que los que lucen tales trajes se parecen más a los personajes que participan del combate de los juegos, haciendo lo que fuera necesario para ganar. Y es que estos eventos son una lucha silenciosa por ser elegido, por ser visto, por no pasar desapercibido. Los artistas venden sus talentos, sus cuerpos y, tristemente, algunos hasta su alma por un momento de atención... que dura lo que un clic antes de que alguien deslice al siguiente reel.


La moda, como expresión artística, tiene su lugar y su belleza, pero cuando se convierte en un altar donde se rinde culto a la vanidad, al ego y a la imagen, pierde su esencia para transformarse en un ídolo.

“No tendrás dioses ajenos delante de mí.”

Éxodo 20:3


Hoy, la fama y el reconocimiento se han vuelto dioses modernos. Exigen adoración, sacrificios diarios, y prometen una eternidad vacía sostenida por likes y titulares. Pero la recompensa es fugaz, superficial, y deja tras de sí un vacío profundo.


Lo más preocupante es el impacto de estos eventos en la nueva generación, una generación sin rostro propio. Jóvenes que creen que para valer, deben transformarse en otro. Que deben moldear su cuerpo, su identidad, su esencia, para encajar en los estándares promovidos en estos espectáculos. El resultado: una generación que se conoce cada vez menos, que no sabe quién es sin filtros ni validación.


“Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo.”

1 Juan 2:16


Cuidan con obsesión su apariencia, mientras su interior se descuida. Su arte se vuelve inconsistente, porque nace más del deber de agradar que del deseo auténtico de expresar. Y así, se vive, o más bien, se deja de vivir por la imagen.


Este fenómeno es un reflejo más del anhelo humano por alcanzar la gloria sin pasar por la cruz. Queremos eternidad, pero sin morir al yo. Queremos luz, pero sin la fuente. Queremos propósito, pero sin rendición.


“Porque ¿de qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si pierde su alma?”

Marcos 8:36


Cuando hablo de la cruz no me refiero a un sufrimiento, sino al camino hacia la verdadera gloria. Esa que no depende de cámaras ni escenarios, sino de la conexión con el propósito eterno. La que no se mide en seguidores, sino en frutos. La que permanece, aunque el mundo cambie de moda.


Que conste que no escribo esto desde el juicio, sino desde la compasión al ver cómo los valores de tantas personas se diluyen entre tela fina, maquillaje y lentejuelas. No creo que todos los que participan de estos eventos están perdidos, ni que toda expresión artística es vana, pero se nota cuando la balanza se inclina hacia la idolatría de la imagen y el olvido del alma. Por favor recuerda que hay una gloria que no pasa, y que el arte, el talento y la vida misma encuentran su mayor belleza cuando se conectan al Creador.