Hay un verso en la Escritura que me identifica: "No me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación de todo aquel que cree" (Romanos 1:16). Estas palabras resuenan profundamente en mi vida porque he sido testigo del poder transformador de Dios en formas que trascienden cualquier explicación humana.
Dios levantó a mi esposo de entre los muertos, sanó a mi hijo en dos ocasiones cuando estaba en terapia intensiva y los médicos, con honestidad, confesaban: "Estamos haciendo lo posible, pero no responde". A lo largo de mi caminar con Cristo, he presenciado cómo Su poder ha obrado en personas cercanas a mí: enfermedades incurables sanadas, tumores desaparecidos, mujeres infértiles abrazando a sus hijos. He visto a personas en extrema necesidad convertirse en ayudadores de otros; adictos liberados y restaurados, ocupando puestos de trabajo dignos; familias divididas reconciliadas y restauradas por completo.
Pero lo más hermoso de todo lo que he visto ha sido la transformación interna y eterna que solo Él puede hacer en una vida. "De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron, he aquí, todas son hechas nuevas" (2 Corintios 5:17).
Hablo desde mi propia experiencia. Durante años, viví en un torbellino de apariencias, buscando alegría en lo pasajero, consumiendo todo lo que creía que podía llenar mi vacío. Pero al final de cada noche, cuando regresaba a mi casa, enfrentaba la verdad en la soledad de mi almohada: era la persona más desdichada y vacía de esta tierra.
Un día, alguien me invitó a una iglesia. Al entrar, sentí algo diferente y fue hermoso. Sin embargo, siempre me gusta aclarar, no fue el hecho de asistir a la iglesia lo que cambió mi vida; fue conocer a Jesús. Lo conocí a través de Su Palabra, leyendo y escuchando la Biblia. Solo así se puede entender quién es Él y quién es uno mismo: soy una hija amada de Dios, invaluable a Sus ojos, redimida por un amor incondicional.
Desde entonces, mi vida dio un giro que no puedo atribuir a nadie más que a Él. Aun enfrentando las pruebas más dolorosas, nunca más me he sentido sola. Cada vez que he necesitado ayuda, he acudido a Él, y siempre ha respondido. Como dice el Salmo 34:18: "Cercano está el Señor a los quebrantados de corazón, y salva a los de espíritu abatido".
Si me siento triste, voy a Él y lloro en Su presencia; si tengo una necesidad, se la presento, y Él me responde de formas que superan mis expectativas. Porque, aunque nosotros somos cambiantes, falibles y llenos de errores, Dios permanece fiel. Es un Padre amoroso que nunca deja de amarnos, sin importar lo que hayamos hecho.
Por eso no me avergüenzo del evangelio, ni de proclamar que Su poder sigue obrando en mí y en quienes me rodean. Esta es la vida que Dios desea para ti también, y mi único anhelo al compartir estas palabras es invitarte a que pruebes con Jesús. Si has intentado de todo y sigues sintiendo ese vacío en el alma, si las cadenas de la adicción, la enfermedad o el cansancio de la vida te tienen atrapado, te animo: dale una oportunidad a Jesús.
No necesitas oraciones perfectas ni palabras sofisticadas. Un simple "Te necesito, Jesús" puede transformar tu mundo para siempre. Porque "Si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres" (Juan 8:36).
El que conoce a Dios, conoce la verdadera libertad.
Comentarios ()