A los 14 años, cuando muchos niños aún duermen bajo el abrigo de su hogar, yo regresaba de las fiestas de la madrugada, fingiendo ser mayor de edad para entrar a lugares donde no debía estar. Cuando volvía a casa, subía a la azotea y miraba las estrellas en el cielo. En medio de la noche, hablaba con Dios, aunque aún no lo conocía; no entendía su amor, ni su propósito, ni lo que estaba haciendo en mi vida. Solo sabía que Él estaba allí conmigo. Años después, comprendí una verdad poderosa: Dios no se aleja del pecador; es el pecado el que nos hace creer que estamos lejos.
A menudo pensamos que porque el Espíritu Santo no mora en una persona, Dios tampoco se acerca a ella. Sin embargo, la Biblia nos muestra que Dios ve y escucha a aquellos que aún no han sido transformados. Así como se acercó a Cornelio antes de que recibiera el bautismo del Espíritu (Hechos 10), así estuvo conmigo en esa azotea, y así sigue alcanzando a quienes el mundo da por perdidos.
Entonces surge la pregunta: ¿Quién va a alcanzar los corazones si la iglesia los trata como enemigos?
• El peligro de una resistencia equivocada
Solemos decir que somos parte de una resistencia contra la industria, la cultura y el sistema del mundo. Nos esforzamos por exponer la corrupción en la música, el entretenimiento y la sociedad, y es cierto y necesario. Pero podemos estar confundiendo la lucha contra el pecado con una lucha contra las personas. En el intento por resistir la influencia del mal, podemos terminar resistiendo también a aquellos que más necesitan conocer a Dios.
Los discípulos cayeron en esta trampa. En Lucas 9:51-56, cuando un pueblo samaritano rechazó a Jesús, Santiago y Juan, indignados, le preguntaron si debían pedir fuego del cielo para destruirlos. Su celo era sincero, pero su entendimiento era erróneo. Jesús nos desafía a romper los esquemas humanos de santidad y justicia para vivir conforme a su amor y propósito. No vino a condenar, sino a salvar. No resistió a los pecadores, sino al pecado que los esclavizaba.
Si Jesús se acercó a la mujer adúltera (Juan 8:1-11), si cenó con Zaqueo antes de que él se arrepintiera (Lucas 19:1-10), si miró con amor al joven rico a pesar de su idolatría (Marcos 10:21), ¿cómo podemos justificar una resistencia que rechaza a las personas en lugar de atraerlas a Cristo?
• La verdadera resistencia
La verdadera resistencia a la que somos llamados se trata de ejercer la autoridad que tenemos en Cristo para echar fuera al diablo y sus influencias, declarando la verdad de Dios sobre nuestras vidas y circunstancias. Este acto de resistencia no es en nuestra fuerza, sino en el poder de Cristo que habita en nosotros. Así como resistimos las tentaciones y las fuerzas del mal, nuestra resistencia también debe estar marcada por el amor que extendemos a los demás, especialmente a los no creyentes, quienes aún no conocen la libertad que Cristo ofrece. Por tanto, la verdadera resistencia no está en rechazar al mundo, sino en ser luz en medio de él. No se trata de condenar, sino de amar con verdad, de darles precisamente aquello de lo que carecen: respeto, compasión, amor. No se trata de destruir, sino de edificar.
Nosotros fuimos alcanzados porque alguien decidió ser luz en lugar de ser juez.
¿Cómo podemos esperar que alguien quiera conocer a Dios si la única imagen que recibe de los cristianos es crítica y rechazo?
¿Quién va a alcanzar sus corazones si la iglesia los trata como enemigos en lugar de como almas que necesitan redención?
Resistimos al pecado, pero no al pecador. Resistimos a la mentira, pero no a la persona engañada. Resistimos al diablo, pero no a aquellos que Dios quiere salvar.
• ¿Celo por la santidad o celo del impío?
Aquí llegamos a otro punto crucial. En Malaquías 3:13-15 y en el Salmo 73, vemos cómo el pueblo de Dios se quejaba al ver la prosperidad de los impíos. No entendían por qué ellos parecían recibir bendiciones mientras los justos sufrían. Pero Dios les muestra que la verdadera riqueza no está en lo que se ve, sino en lo que permanece.
Cuántas veces nos hemos sentido igual. Vemos a personas que no conocen a Dios alcanzar éxito, reconocimiento y recursos con facilidad, mientras nosotros, que luchamos por hacer lo correcto, atravesamos un proceso largo y doloroso. Nos frustramos, nos desesperamos y a veces caemos en la tentación de criticar. Pero si nos detenemos un momento y miramos con ojos espirituales, veremos lo que mi esposo y yo aprendimos con los años: lo que Dios tiene preparado para nosotros es mucho más grande que lo que alguna vez soñamos.
Dios no se equivoca en sus tiempos ni en sus procesos. Y tampoco nos llamó a gastar nuestras fuerzas en criticar y señalar a quienes aún no le conocen, sino a ser el puente que los lleve a la verdad.
Jesús venció el mal con el bien (Romanos 12:21). Si realmente queremos ser una resistencia, sigamos su ejemplo. Resistamos al diablo, no a las almas que Dios quiere salvar.
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