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Si crees

Quiero contarte sobre una de mis hermanas del alma, mi amiga Roxana. Durante años oramos en la iglesia por su mayor anhelo: convertirse en madre. Cuando finalmente recibimos la noticia de su embarazo, la alegría fue indescriptible. Sin embargo, no olvido el día que, junto a su esposo, llegó al estudio con una noticia devastadora: el ultrasonido no mostraba al bebé, solo quedaba la bolsa gestacional vacía. Oramos, declaramos palabra de fe, creímos con el corazón que Jesús haría la obra, pero no sucedió como esperábamos.


Lo sufrimos juntos. Yo, en lo personal, soy de las personas que ama compartir un sentimiento que brinda tanta felicidad con las personas que amo, y como ya era mamá, quería que mi amiga experimentara esta bendición, por lo que sentía en mi corazón su situación. Pero una noche orando, en medio del quebranto, recibí este consuelo de lo alto: "veré la gloria de Dios en la vida de Roxana". Esto trajo paz y descanso a mi alma.


A veces, lo que traducimos como el silencio de Dios es solo el proceso que nos lleva a afirmar nuestra fe. En ese punto donde todo parece perdido, donde el dolor se hace más fuerte, donde parece que Jesús no llegó a tiempo, se nos hace difícil visualizar su promesa. Pero si algo es seguro, Su tiempo siempre es mejor.


A los meses, su familia se mudó a otro país donde Dios los llevó a una nueva etapa, y entonces, luego de tanta espera, llegó el milagro. Celebramos la llegada de Isaac, su primer hijo, seguido por Abby, y ahora una princesa más viene en camino, Sara. Humanamente, la infertilidad era un diagnóstico inminente en la vida de Roxana, pero Dios tenía la última palabra.


Comparto este testimonio bajo su consentimiento, como muestra de que muchas veces, caminar en fe, significa hacerle frente a la incertidumbre ante lo que pareciera un martirio sin fin. Es ver cómo las oraciones parecen perderse en el silencio, como si Dios hubiera decidido callar justo cuando más necesitamos una respuesta. Marta y María lo experimentaron cuando vieron a su hermano Lázaro morir. Jesús no llegó en el tiempo que ellas esperaban, no evitó la tragedia, y en su dolor tal vez pensaron que ya no había nada que hacer. Pero su historia no terminaba ahí.


"¿No te he dicho que si crees, verás la gloria de Dios?" (Juan 11:40).


Estas palabras resuenan más allá del sepulcro de Betania. Son un recordatorio para cada uno de nosotros cuando la esperanza parece desvanecerse. La fe no es una garantía de que todo sucederá como lo imaginamos, sino la certeza de que Dios se glorificará incluso en aquello que consideramos perdido.


En el valle de los huesos secos, Ezequiel fue testigo de cómo la palabra de Dios tenía el poder de devolver la vida. "Yo les daré aliento de vida, y ustedes volverán a vivir." (Ezequiel 37:5). Lo mismo ocurrió con Lázaro: una sola orden de Jesús fue suficiente para que la muerte retrocediera.


Quizás hoy sientes que hay áreas en tu vida que han muerto: sueños que enterraste, relaciones quebradas, puertas que se cerraron sin explicación. Pero Dios te dice: declara una palabra de fe, llama lo que está muerto por su nombre y tráelo de vuelta a la vida. La respuesta tal vez no llegue como esperas, pero llegará en el tiempo perfecto.


Si crees, verás la gloria de Dios. Esta promesa no es una ilusión para calmar la espera. Sin importar cuál sea la respuesta que necesitas, debes entender que está promesa es la esencia de la fe que nos sostiene cuando todo parece perdido. Dios no ha olvidado lo que un día te prometió. Su palabra sigue viva, y en su tiempo, lo que parecía acabado volverá a respirar.


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PD. No olvides dejar tu comentario o testimonio para que otros puedan leerlo y así entre todos afirmamos nuestra fe

¡¡Dios te bendice!!