DOS
Cemento y Vidrio
Un interminable flujo de código se deslizaba sobre el monitor central del laboratorio. Victoria lo analizaba con concentración absoluta, buscando el error que saltaba cada vez que se ponía en marcha el programa de simulación virtual. No era la primera vez que le tocaba revisar el trabajo que Mauro había hecho mal. Era su amigo desde la universidad, y ambos habían encontrado en la tecnología una forma de libertad. No habría elegido a nadie más para este proyecto que a él, pero sus descuidos últimamente le hacían perder demasiado tiempo, y esto la molestaba mucho. No quería reclamarle porque era en casa de él donde se había montado el laboratorio, en una habitación de la terraza, y también porque conocía el motivo de su desconcentración: Liliana.
Aplastó la barra espaciadora casi por impulso y el código se detuvo frente a ella. Releyó una sección, colocó el cursor sobre un bloque y comenzó a programar varios segmentos. Victoria Wong tenía rasgos asiáticos gracias a su padre chino, lo cual, sumado a su cabello corto a la altura de la mandíbula, negro y brillante, estilo Bob, le otorgaba un aspecto penetrante.
Mauro abrió la puerta y el sonido de la lluvia incrementó mientras entraba. Traía dos tazas con té caliente. Hacía más de media hora que había llegado, justo antes de que comenzara a llover. Había salido con Liliana aprovechando que Victoria estaría corrigiendo código, sola, como le gustaba. Dejó una taza para ella sobre una mesa que estaba cerca del ensamble de monitores, y observó el código en las pantallas.
—Creo que ya está listo —dijo Victoria—. Probemos. Pásame el neurotransmisor.
Mauro le entregó el dispositivo. Se trataba de una interfaz cerebro-computadora con extremidades en forma de araña. Victoria se lo instaló en la cabeza y las luces del aparato se encendieron cuando detectaron el contacto con el cráneo. Luego se puso en pie y del escritorio levantó unas gafas de realidad virtual, un modelo liso y cromado, con las que se cubrió los ojos. Mauro presionó una tecla y en los monitores aparecieron distintas barras de carga que no tardaron en completarse.
Sobre una mesa de plástico transparente reposaba un aparato en forma de prisma cuadrangular, cuyas caras laterales eran lisas y de color negro mate, excepto una en la que se encontraba una pantalla táctil con el panel de control. La cara superior tenía un núcleo redondo de un material frío y metálico. Las luces azules de los costados comenzaron a parpadear de repente por el procesamiento de datos.
—Sí, ya funciona —dijo Victoria mientras exploraba el espacio virtual.
—¿Y qué era? —preguntó Mauro con curiosidad.
Victoria bajó el visor con la cabeza inclinada.
—Había un problema en la transmisión de datos a la pantalla —explicó con alivio. Apagó las luces del neurotransmisor con un botón del teclado y lo retiró con delicadeza, colocándolo en un atril de plástico transparente—. Necesitas prestar más atención a los detalles —añadió con cierto enojo en la voz.
Mauro se quedó pensando en silencio, ya que había revisado todo el proceso muchas veces sin encontrar ningún error. Se disculpó al darse cuenta de lo que había pasado por alto.
—Antes no los cometías. ¿Te sucede algo? —preguntó Victoria, buscando que Mauro se diera cuenta de que su interés por Liliana estaba afectando su desempeño.
—Nada, solo que no lo vi —respondió Mauro, todavía confundido.
—Bueno, pon más atención la próxima vez. —dijo Victoria con firmeza, intentando contener su frustración. Dejó el visor sobre la mesa, jaló su chaqueta de cuero que había colgado en el respaldo del asiento y se dirigió hacia la salida mientras introducía un brazo en la manga—. Recuerda que mañana tenemos la reunión en Mindsoft. —Abrió la puerta—. Temprano, a las ocho. —Salió del laboratorio y cerró la puerta sin esperar que le respondiera.
*
Desde el pasillo, se podía ver claramente la sala de reuniones gracias a las paredes de cristal que la envolvían, ocupaba un espacio más alargado en comparación con otros departamentos que también presentaban transparencia. A través de estas paredes se podía observar a los ejecutivos moviéndose en medio del ajetreo cotidiano. La pared principal de la sala presentaba el logotipo de la empresa «MINDSOFT, desarrollo e investigación tecnológica», grabado con letras esmeriladas. Dentro de la sala, Victoria, la ponente, exponía frente a una pantalla que abarcaba toda la pared.
En la cabecera de la mesa se encontraban sentados los tres directivos más importantes. En medio, el director ejecutivo actual, Bret Lingford, un estadounidense de aspecto severo y rasgos profundos, alto, de piel blanca y cabello rubio entrecano, vestido con un traje fino. A su izquierda, la directora de financiamiento para proyectos, y a su derecha, el vicepresidente de desarrollo tecnológico, Corban Preston, de carácter más amigable aunque enigmático.
MINDSOFT era una empresa especializada en el desarrollo de tecnologías que fusionaban el cuerpo humano con la máquina. Construían interfaces cerebro-computadora que permitían el control mental de dispositivos externos. Entre sus logros, destacaba el lanzamiento de dispositivos que, conectados a ciertas áreas del cerebro, ayudaban a personas con Alzheimer y otros desórdenes neurológicos. Además, lideraban el mercado de dispositivos de realidades inmersivas y estaban a la vanguardia en investigación nanotecnológica, aunque todavía no habían lanzado ningún producto al mercado.
A pesar de su éxito, MINDSOFT tenía que lidiar constantemente con una serie de rumores oscuros sobre sus proyectos. Un rincón de internet afirmaba que el director ejecutivo anterior, Karl Ferrucci, había creado una división oculta para el desarrollo y construcción de una máquina capaz de estimular sentimientos controlados a través de programas que regulan los químicos del cuerpo. Aunque habían pasado algunos años desde que se corrió aquel rumor, nunca se confirmó nada. Para recuperar su imagen y credibilidad en la población, MINDSOFT renovó la directiva y logró una mejor reputación.
Las ventanas que se extendían horizontalmente hacia la ciudad eran tan amplias y pulcras que parecían ausentes. El paisaje se percibía con una definición más alta de lo usual. Estaba nublado sobre la creciente ciudad grisácea de cemento, metal y vidrio.
—¿Cuál es el siguiente paso en la búsqueda de una experiencia inmersiva para la industria del entretenimiento? —preguntó Victoria mientras se desplazaba sobre el pequeño escenario—. Ya no es suficiente que la audiencia observe la narrativa en realidades aumentadas o compita para lograr objetivos, quieren ser parte de ella y tomar decisiones libres, al punto de realmente poder... vivirla.
Mauro se acercó a Victoria, que estaba de pie a la izquierda del escenario, y completó su pensamiento:
—Durante años se ha buscado rodear al usuario de una atmósfera poderosa. Les presentamos el siguiente paso en el desarrollo de las realidades inmersivas.
Victoria presionó un botón en el control remoto y en la pantalla se juntaron cinco letras tridimensionales que formaron la palabra «ORIÓN». Le presidió una infografía técnica del interior del prisma cuadrangular y del neurotransmisor artificial.
Corban se acomodó en el asiento y examinó la gráfica.
—Orión, un escáner neuronal de alta precisión capaz de detectar la voluntad del jugador. El tiempo de los controles ha terminado —aseguró Victoria.
Mauro tomó asiento sobre una silla para videojugadores, se instaló el neurotransmisor en la cabeza y se puso el visor de realidad virtual.
El prisma cuadrangular que reposaba sobre una mesa de cristal se iluminó y comenzaron a parpadear sus luces.
En la pantalla de la pared se cargó lo que Mauro veía a través del visor.
En primera persona, Mauro se encontraba en medio de una batalla épica en un mundo de plantas gigantescas, contra una especie alienígena que tenía tenazas parecidas a las de un crustáceo. Junto a un equipo de soldados con armaduras metálicas, se adentraba entre los troncos, disparando en medio de estallidos de balas sobre la tierra. Se instalaron en posición defensiva bajo un arbusto morado gigante. Mauro comenzó a recargar su arma y, en ese momento, las ramas se abrieron a su espalda. Dio media vuelta y apuntó el cañón a un enorme alienígena crustáceo de color verde. Pero antes de que pudiera presionar el gatillo, el ser lo atacó con una púa larga que tenía como cola y le atravesó el corazón.
Mauro, sentado en la silla, tuvo un sobresalto y movió ligeramente el rostro como reflejo. La pantalla mostró que el juego había terminado y apareció el menú principal. Se bajó el visor y regresó nuevamente al salón. Volteó para observar a su amiga. Victoria lucía con una sonrisa de satisfacción, la presentación había salido como esperaba. Pero un aire de intranquilidad estaba presente entre los directivos que, por un buen momento, no se atrevieron a decir nada.
De pronto, Corban aclaró la garganta.
—Esto que te has puesto en la cabeza, ¿es seguro? —dirigió la pregunta hacia Mauro, que todavía necesitaba unos segundos más para recuperarse.
—Claro que sí —contestó Victoria con formalidad, rescatando la pregunta del aire.
—Quiero decir... —Se inclinó hacia adelante y apuntó al prisma cuadrangular con el bolígrafo digital—: ¿saben con seguridad que no habrá efectos secundarios por uso excesivo?
Mauro y Victoria se observaron entre ellos, esperando que el otro supiera responder. Nunca se habían hecho esa pregunta y no tenían el más mínimo detalle al respecto.
—Conocemos que varios de nuestros competidores tienen propuestas similares —continuó Corban, con un imborrable acento anglosajón—, pero nadie ha podido asegurar que su uso no afectará al usuario con el paso del tiempo.
—Tenemos más de cinco años trabajando en este proyecto —se defendió Victoria, con sinceridad y aludiendo a su experiencia, lo cual le regresó la confianza—, y desde el inicio hemos hecho todas las pruebas y arreglos en nosotros mismos. No hemos visto ningún efecto secundario.
Corban se mostró poco convencido. Volvió a apoyarse sobre el espaldar y escribió algo en su tableta digital con cierta desilusión.
En ese momento, Bret se inclinó hacia el vicepresidente y le susurró al oído. Corban asintió como si hubiera recibido una orden y luego les dijo:
—Nos hemos visto obligados a rechazar este tipo de proyectos por ese motivo y, lamentablemente, el suyo también.
Se produjo un momento de silencio. Corban bajó la mirada mientras doblaba la fina tableta translúcida por la mitad, como si fuera un libro.
—La comercialización no es lo único que podemos negociar —sugirió Victoria con cierta prisa antes de que todos se levantaran—. Por ahora, solo buscamos financiamiento para fusionar estos dos dispositivos en uno. —Hizo una pausa y se dio cuenta de que había recuperado la atención—. Durante ese tiempo, estamos abiertos a colaborar en conjunto para hacer un mejor análisis de los efectos secundarios.
Corban se volvió hacia la directora de financiamiento para saber qué opinaba.
—Según el presupuesto que nos enviaron —dijo ella mientras calculaba las cifras en su tableta digital—, eso significaría para nosotros una inversión de menos del setenta por ciento de lo estimado.
—En caso de resolver el problema de los efectos secundarios, Mindsoft tendrá el ochenta por ciento de las acciones sobre el dispositivo y completa libertad para extender investigaciones potenciales. Esta sería nuestra única oferta —les dijo Corban.
Mauro y Victoria volvieron a mirarse. Él se encogió de hombros. Ambos sabían que no conseguirían una mejor propuesta en otro lugar.
—Aceptamos —dijo ella.
Corban se volvió para mirar a Bret, quien permanecía en silencio con la mirada sobre la consola metálica, como intentando ver el futuro que podía desplegar.
El vicepresidente de desarrollo tecnológico sintió el impacto de los ojos de Bret cuando este lo miró repentinamente. De nuevo se acercó a su oído y volvió a darle indicaciones. Una vez terminó de hablarle, se puso en pie y salió de la sala para atender otros asuntos.
La puerta se cerró y la sala quedó en un extraño silencio.
Corban abrió de nuevo su tableta portátil.
—¿Podría ver de cerca el gráfico de hace un momento? —le solicitó a Victoria al mismo tiempo que se ponía en pie.
Victoria presionó un par de veces los botones del control remoto y en la pantalla volvieron a presentarse los diagramas internos de los dispositivos.
Corban atravesó los asientos vacíos y se acercó a las infografías. Durante unos minutos estuvo evaluando los detalles, escribiendo anotaciones y haciendo cálculos. A continuación, se aproximó al prisma cuadrangular y comenzó a evaluar la construcción externa.
—Puedo ver el... —Señaló el aparato arácnido que Mauro tenía entre las manos.
—Neurotransmisor —apuntó Victoria.
—Sí, «neurotransmisor», gracias —respondió Corban con poco interés por el nombre.
Mauro se lo entregó con mucho cuidado. Corban lo recibió con las yemas de los dedos y empezó a examinar los electrodos de contacto superficial que se encontraban al final de cada brazo. Corban mostraba unas reacciones frías y una mirada atenta, más que hacer una valoración, parecía planificar estrategias en su mente.
Al cabo de unos segundos, Corban devolvió el objeto a Mauro, cerró su tableta y, sin más, les dijo con una fría sonrisa:
—Welcome to Mindsoft.
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