TRES
Viento y Lluvia
La cerveza descendió por el borde del jarro de vidrio y comenzó a llenarse desde la base. La espuma que se formó fue de un blanco azulado debido al ambiente techno del Faktor Bar. El líquido amarillo y gaseoso ascendía mientras se escuchaban los beats profundos y lentos, entre voces etéreas propias del deep house. Cuando llegó al borde, Victoria enderezó la botella para cortar el flujo.
—¿Desean algo más? —preguntó con amabilidad el bot mesero del bar, solo visible a través de las gafas de realidad aumentada.
La realidad aumentada era una tecnología capaz de añadir información virtual a la realidad física. En las lentillas se cargaban toda clase de imágenes y vídeos, menús de compra, avatares y personajes con los cuales se podía interactuar llamados bots.
La publicidad digital y la saturación de videojuegos conducidos por el conglomerado de redes sociales BitFace, habían logrado que el uso de este tipo de gafas fuera tan común como llevar celulares y tabletas translúcidas.
—Así estamos bien, gracias —le respondió Victoria.
—A sus órdenes —respondió el bot, y se desvaneció con un efecto pixelado.
Victoria se quitó las gafas de realidad aumentada. Deslizó el jarro por la superficie de vidrio reluciente hacia Mauro, que se encontraba sentado frente a ella en un sofá para dos personas. Liliana estaba junto a él, llevaba una chaqueta blanca de tela lisa semibrillante, una minifalda negra, unas botas cromadas, el cabello suelto, y un maquillaje con el cual, por su piel clara, parecía una dulce maniquí.
—¿Y cómo te ha ido con la banda? —le preguntó Victoria, con el rostro cubierto por luz tenue antes de tomar un trago.
Liliana se entusiasmó mientras mantenía sus manos atrapadas entre las piernas cruzadas.
—Estamos haciendo una gira por los bares de la ciudad. No esperábamos que el Faktor Bar nos aceptara, ya sabes, por el género de música y todo eso, pero les encantó nuestro último sencillo.
—¿Les lleva mucho tiempo organizarse, ensayar...? —preguntó Victoria.
—Lo que más tiempo nos lleva es mantener el contacto con nuestros seguidores. —Se tocó con suavidad los brillos plateados que tenía en el ojo derecho para confirmar que no se le habían despegado, y luego bebió un poco de cerveza—. ¿Y cómo les fue a ustedes con la presentación? —continuó Liliana.
Victoria señaló a Mauro con un movimiento combinado de cabeza y cejas para pasarle la pregunta. Liliana volteó a verlo esperando la respuesta, pero él no dijo nada.
—¡Qué pasó! —insistió Liliana, sacudiéndolo por el brazo. Mauro mantuvo el silencio mientras la miraba a los ojos; ella comenzó a adivinar la respuesta...
—Les aceptaron... —dijo incrédula. Mauro afirmó con un movimiento suave.
Ella se alegró y lo abrazó sin pensarlo.
Victoria apartó la mirada con incomodidad y tomó otro trago.
—Pero todo el mérito lo tiene Victoria, ella es el genio. Te lo agradezco, de verdad —reconoció Mauro.
—No le creas —objetó Victoria, con una mueca en los labios.
—¿Y ahora qué tienen que hacer? —quiso saber Liliana.
—Trabajar —expresó Victoria.
—Disculpa... —interrumpió una voz. Liliana volteó y se encontró con una mujer avergonzada por haber intervenido—. Perdón, Liliana Mayberry, ¿verdad?
—¿Sí?
—Me encanta su música... —dijo nerviosa—. ¿Podría tomarme una foto con usted?
—Claro. —Liliana se levantó y la mujer extendió el brazo con el celular translúcido. La abrazó de lado mientras sonreía a la cámara y el dispositivo tomó una ráfaga de fotografías.
La mujer le agradeció y se alejó hacia otra mesa.
Entonces, Liliana se percató de que se había formado un pequeño grupo de seguidores que también querían una fotografía.
—Ya regreso... —se disculpó.
—Tranquila, aquí te esperamos —le respondió Mauro. Liliana se juntó con el grupo y se acercaron al escenario.
Era un cuadrilátero de mediana altura en el centro del salón, a la vista de todas las mesas. Aquí se encontraban el tecladista y el baterista de la banda terminando de instalar un par de sintetizadores sobre un soporte y una batería electrónica.
El Faktor Bar era un lugar minimalista de música lounge, deep house y chill out. Las paredes estaban iluminadas con líneas verticales de luz azul colocadas una al lado de la otra, tan exactas como si hubieran sido copiadas por una computadora. La barra, los asientos y las luces estaban construidos con formas simples, y las mesas eran cubos de vidrio cuyo interior resplandecía con luz difusa.
—¿Crees que seguirás teniendo tiempo para ella? —preguntó Victoria al ver cómo Mauro observaba a Liliana desde la mesa.
—¿Por qué?
—No quiero volver a corregir errores como los que ya conoces.
—Ya me lo dijiste, voy a estar más atento. —Tomó un bocado.
—Trabajar para Mindsoft va a ser diferente, no puedes equivocarte en ese tipo de cosas. Recuerda que eres hispano y yo tengo ascendencia china, no les importará despedirnos para quedarse con el proyecto. Además, cada vez está más ocupada, ¿la ves?
—¿Crees que Liliana me distrae?
—¿No lo hace?
—No, claro que no.
—No digo que sea su intención, pero tú te distraes con ella.
Mauro estuvo por responder, pero prefirió levantar la cerveza y beber otro trago.
—Solo quiero que te tomes esto en serio. Es la oportunidad que hemos estado buscando. Si lo hacemos bien, podríamos convencerlos de comercializar.
—¿Crees que no podré trabajar y estar con ella al mismo tiempo?
—¿En serio crees poder?
Mauro pensó por un momento en silencio con la mirada perdida.
—No la voy a dejar —confesó con seriedad.
—Pues yo no voy a dejar Mindsoft. ¿Por qué crees que Shuzuda nos rechazó? Ya deben tener algo similar a lo nuestro, no se quedarán con los brazos cruzados, y Avtomatika tampoco creo que lo haga. Mauro, esta vez no voy a poder cubrirte.
—No veo por qué tendrías que hacerlo.
—Ojalá así sea.
Liliana regresó, bebieron un poco más hasta que los instrumentos y la prueba de sonido estuvieron listos, y Liliana volvió a reunirse con su banda unos minutos antes de que comenzara la presentación.
Cuando llegó la hora, las luces de las paredes atenuaron el ambiente del salón. Victoria y Mauro se pusieron las gafas de policarbonato para acceder a la realidad aumentada.
La cara inferior de un segundo cuadrilátero que estaba por encima del escenario se encendió de golpe y, junto con el retumbar grave y eléctrico de la introducción musical, iluminó a la banda. Todos estaban vestidos con trajes blancos de tela semibrillante y parecían rodeados por un aura holográfica debido a la luz cenital.
Liliana estaba en el centro, con los brazos abiertos, mientras el viento artificial movía su cabello con suavidad. El tecladista estaba a su izquierda y el baterista a su derecha, todos rodeados de escarcha iridiscente gracias a la realidad aumentada. Recibían los aplausos y silbidos de sus seguidores que ya habían llenado el lugar.
Un sonido distorsionado fue creciendo y creciendo hasta que estalló en una melodía grave que generaba una atmósfera de suspenso, como salida del espacio exterior. Un rocío escarchado se extendió como una onda expansiva y el residuo comenzó a vagar por el escenario, otorgándole al espectáculo un efecto de viaje cósmico. El público exclamó en un bullicio eufórico.
Liliana levantó los brazos para aplaudir al ritmo de los claps que marcaban el tempo de la música. Un destello brotaba de sus manos con cada golpe. Los aplausos de los aficionados se sincronizaron al ritmo de Liliana y a continuación entraron los beats.
Ella acercó el micrófono inalámbrico que tenía en la mano —una especie de vara hexagonal blanca—, y su voz surgió como una melodía divina que parecía atravesar un océano de estrellas en compañía de los instrumentos sintetizados. Era un canto delicado y etéreo que se contrastaba con los tonos rugosos de los teclados. Una voz que era capaz de arrebatar de la realidad a cualquier ser humano para sumirlo en un suave trance hipnótico.
Las frecuencias de la canción estaban impregnadas con una sensación de frescura que, aunque con letra nostálgica, entregaban una agradable sensación de libertad, como si de pronto fuera posible volar a voluntad.
Liliana cantaba rodeada de polvo cósmico en la realidad aumentada, al igual que una niña frágil y dulce que brindaba su luz como un lucero de pureza. Hizo una pausa durante el pre-coro. El baterista, poseído por la fuerza de los bajos, combinó una serie de golpes en varias cajas electrónicas y, junto con el tecladista, entró al coro con una fuerza combinada. Liliana lo cantó llena de energía, saltando por el escenario hacia una punta del cuadrilátero. Al llegar, se inclinó para sentir una frase y luego regresó atravesando en diagonal mientras una estrella fugaz viajaba sobre ella.
La música acentuó el sonido principal del tema con un sintetizador acuoso y sideral, perfectamente acompañado por un ritmo agitado.
El ambiente cambió. Las estrellas se convirtieron en lluvia que caía a cámara lenta, y del suelo se elevó un pedazo de ciudad compuesto por una parada de bus, una calle y un semáforo.
El tema entró en el puente musical produciéndose un momento de calma. Liliana volteó hacia el público y, apuntando hacia el cielo, cantó un verso. El sonido de los tambores empezó a crecer con furia, anunciando un nuevo clímax. Liliana volvió a reconectarse con el ritmo y, cuando sintió la intensidad máxima, entró al coro llena de potencia, lo cual alborotó su cabello. Al mismo tiempo, el ambiente aumentando despegó a la banda hacia las nubes.
Liliana se desplazó cantando en medio de las nebulosas holográficas, entre brincos y vueltas, mientras se conectaba con un bucle que iba creciendo entre los demás sonidos. La canción entró en la coda con una combinación de beats y sintetizadores donde aquel bucle se volvía cada vez más profundo y distorsionado. Liliana giraba y giraba en el centro del escenario, imaginándose junto a Mauro en el borde de aquel edificio enorme. Abrió los brazos y provocó un remolino inofensivo en las nubes virtuales que viajaban a su alrededor.
Cuando los sonidos llegaron a la distorsión máxima, los elementos musicales colisionaron contra un golpe final y Liliana se detuvo en sincronía, provocando que las nubes se disolvieran a su alrededor. Los hertz parecieron desintegrarse en el viento.
La euforia de la gente estalló con aplausos y silbidos.
Liliana extrajo un envase con agua de una pequeña maleta que había dejado junto al baterista y bebió un poco antes de dirigirse a sus seguidores.
—¡Hola! —saludó con un grito gentil mientras se acomodaba el cabello. El público respondió con una algarabía—. Nosotros somos Ninsei, muchas gracias por venir a vernos —dijo con timidez mientras devolvía el micrófono al pedestal.
Enseguida comenzó la siguiente canción, era de un ritmo alegre y sereno. En la realidad aumentada, surgieron del piso varios arcos angulados de neón que los cubrieron con un efecto de viaje a través de un túnel. Liliana tomó el micrófono con ambas manos sin retirarlo del pedestal y cantó el primer verso. En el ambiente aumentando, varias notas musicales, números y símbolos flotaron en el aire, escapando del brillo intenso de los neones. Al terminar el verso, el baterista acentuó los golpes contra la caja principal y la melodía generó tensión. Liliana debía entonces entrar con el segundo verso...
Pero no lo hizo.
Un mareo la obligó a arrimarse con una mano sobre el pedestal y tuvo que agacharse un poco para no perder el equilibrio. La canción continuaba, vacía, esperando que regresara la voz. Liliana recorrió su cabello hacia atrás y se percató de que su amigo baterista la observaba sin saber el motivo de la desconcentración. De repente, ya no estaba escuchando bien, hizo un esfuerzo para captar el ritmo y se obligó a acercar los labios de nuevo al micrófono. Comenzó con el segundo verso, pero entró a destiempo y tuvo que jadear entre las palabras. Sintió que su corazón se aceleraba y la respiración se le volvía difícil. Enseguida, su vista se nubló. Un escalofrío le recorrió las piernas al mismo tiempo que el mundo comenzó a girar a su alrededor. El brazo que sostenía el pedestal tembló y se debilitó...
Y frente a toda la gente...
Liliana se desplomó sobre el escenario.
Los golpes del micrófono contra el piso y el caer de la vocalista saturaron los decibeles. La música se detuvo abruptamente y los vestigios electrónicos retumbaron atrapados en la reverberación del salón, hasta que desaparecieron al mismo tiempo que el barullo preocupado del público aumentaba.
Las luces se encendieron. Liliana pudo ver, inmóvil desde el suelo, que sus colegas se acercaban a ayudarla. Reconoció a Mauro abriéndose paso entre ellos. Notó que se arrodillaba a su lado y buscaba verla de frente mientras se quitaba las gafas transparentes.
Entonces, como un pestañeo agotado, la consciencia de Liliana se apagó.
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