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NEMESIO CAMACHO MACÍAS Hijo ingrato de Subachoque

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Nemesio Camacho Macías, nombre que en los libros suena a gloria y en los letreros del estadio a homenaje eterno, nació en Subachoque, un pueblo que aprendió a vivir sin su recuerdo. Huérfano de madre desde el primer año y de padre a los trece, partió hacia Bogotá bajo el cuidado de parientes, llevando consigo la promesa de grandeza que jamás se tradujo en gestos hacia su cuna. La historia oficial lo pinta como empresario visionario, ministro ejemplar y hombre de progreso; la realidad de Subachoque, en cambio, lo recuerda como un hijo que partió sin mirar atrás.

 

Desde sus primeros días en el Colegio Académico, donde se destacó como empleado superior y profesor de aritmética analítica, hasta su graduación en derecho en la Universidad Externado, Nemesio acumuló títulos y distinciones que hicieron brillar su nombre en la capital. Pero mientras Bogotá celebraba su inteligencia y perseverancia, Subachoque seguía observando en silencio, sin un solo signo de que la brillantez de su hijo hubiera alcanzado su tierra. Su excelencia académica fue sobresaliente, pero su memoria local, extraordinariamente ausente.

 

Su participación en la guerra civil de 1895 y su posterior incursión en la banca y en los negocios, incluyendo la creación del Banco Central, demostraron su habilidad para conquistar espacios de poder y riqueza. Cada triunfo suyo en la capital aumentaba la distancia entre él y su pueblo, como si el éxito requiriera olvidarlo todo de donde vino. Mientras construía empresas y estaciones de tranvías, Subachoque permanecía sin caminos, sin infraestructura, sin un ladrillo que recordara el nombre de su hijo pródigo.

 

Nombrado ministro de Obras Públicas y de Hacienda, y más tarde gerente del Ferrocarril del Pacífico, Nemesio tuvo en sus manos la oportunidad de llevar desarrollo a su tierra natal. Sin embargo, prefirió concentrar esfuerzos y riqueza en Bogotá y en los proyectos que daban fama y aplausos, dejando Subachoque en el olvido, reducido a una anécdota distante de sus discursos y honores. Su liderazgo, aunque notable en la capital, jamás se reflejó en la gratitud hacia quienes lo vieron partir.

 

La ironía del destino quiso que el estadio que lleva su nombre no fuera donado por él, sino por su hijo, Luis Camacho Matiz, muchos años después de su muerte en 1929. Mientras Bogotá levantaba templos deportivos con su apellido, Subachoque continuaba como si su hijo ilustre jamás hubiera existido. La fama, irónicamente, llegó gracias a su hijo Luis, no por mérito propio, y, aun así, de nada sirvió para su pueblo: el legado más famoso de Nemesio nació bajo el signo del olvido para Subachoque. Las calles, los caminos y los montes seguían intactos, testigos silenciosos de que la grandeza de su hijo solo brilló lejos de su tierra natal, como un espectáculo que nunca se presentó para quienes lo vieron partir.

 

Bogotá lo aplaudió con fervor, le dedicó calles y honores; Subachoque, en cambio, pronunció su nombre con mezcla de respeto y desencanto. La gente del pueblo aprendió a reírse de su “hijo ilustre”: aquel que prefirió construir un país sin mirar su propio patio. Tal vez pensó que la riqueza de la capital era más importante que el bienestar de su pueblo, o que los negocios y cargos en Bogotá eran más dignos que los caminos y montes de Subachoque. Su nombre se grabó en mármol, pero su recuerdo en Subachoque se escribió en arena, lista para borrarse con el primer viento.

 

El hombre de negocios se convirtió en símbolo de un país que aplaude la riqueza ajena mientras guarda silencio ante la pobreza propia. Su vida, leída desde Bogotá, parece una historia de triunfo; leída desde Subachoque, una comedia de omisiones y olvidos. El éxito se multiplicó en títulos, cargos y negocios; la gratitud, en cambio, nunca cruzó la distancia entre la capital y su tierra natal.

 

Porque en el fondo, la historia de Nemesio Camacho no es la de un benefactor, sino la de un olvido decorado con honores. El hombre que ayudó al país, pero no a su pueblo. El que ganó fama sin gratitud, poder sin raíces y legado sin memoria. Un ejemplo perfecto de cómo, en Colombia, el éxito comienza donde termina la lealtad al origen.

 

En el libro se presenta una encuesta una serie de tipologías y reflexiones finales.

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