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Duérmete Niña

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¿Quién se acuerda de Karen Quinlan? En 1975, la foto de esta chica de ojos grandes, melena castaña, raya en medio, dio la vuelta al mundo. En muchos colegios religiosos, miraba de lado, sobre la pizarra, cerca del crucifijo. Para cualquier crío de la EGB, aquella imagen presidiendo la clase más tenía que ver con los aires hippies que con cuentagotas llegaban de Estados Unidos, con The Mamas & The Papas y con Woodstock, que con lo que realmente estaba significando, una tragedia difícil de comprender a corta edad.

Su retrato, el único que se conserva de ella pese a lo conocido de su caso, se convirtió en el primer icono de la eutanasia, y lo mismo se enarbolaba para clamar por su derecho a morir dignamente como para mantenerla con vida. Karen Ann Quinlan tenía 21 años, era universitaria y vivía en Nueva Jersey. Quería ‘entrar’ en un vestido nuevo, pero necesitaba perder un par de kilos. Pesaba 52. Llevaba dos días sin comer prácticamente cuando salió de fiesta la noche del 15 de abril de 1975. En casa de un amigo bebió alcohol, tomó tranquilizantes y enseguida empezó a sentirse mal. Dijo que necesitaba descansar un rato y se recostó. La encontraron en un estado de inconsciencia del que ya no despertó.

No murió. Siguió respirando por sí sola. Diariamente Joseph Quinlan, su padre, siguió visitando a su hija durante los diez años que vivió desde que fue desconectada del respirador artificial. Este libro cuenta el drama de esta joven y el de sus padres, quienes tuvieron que pelear en la justicia por un fallo piadoso que le permita a Karen tener una muerte digna.
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