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EL PASAJE HERNÁNDEZ Primer centro comercial de Colombia 1893

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En el corazón vibrante de una Bogotá que apenas abría los ojos a la modernidad, nacieron el mismo año dos pasajes destinados a imprimir su huella indeleble en la memoria de la ciudad. Como gemelos de carácter opuesto, el Pasaje Hernández—primer centro comercial bogotano—y el Pasaje Rivas—mercado artesanal decano de la capital—surgieron como dos portales hacia el porvenir. Uno vestido de elegancia cosmopolita; el otro, envuelto en el calor terroso de la tradición.

El Pasaje Rivas, con su arquitectura sobria y su funcionalidad sin adornos, pronto se convirtió en refugio de artesanos. Allí convivían la madera recién tallada, el barro aún tibio y las manos que parecían conversar con los materiales. Pero en el Pasaje Hernández la historia tomó otro rumbo, como si desde su nacimiento una corriente invisible hiciera vibrar la calle. Aspiraba a lucir como un pasaje europeo: refinado, luminoso, diseñado para sorprender a una ciudad que apenas comenzaba a soñar con sí misma.

Caminar por ambos espacios era atravesar universos paralelos. El Rivas ofrecía la firmeza de lo cotidiano, una belleza que no presume; daba lo que prometía. El Hernández, en cambio, invitaba a levantar la mirada. Bajo su marquesina, los visitantes experimentaban una especie de ascenso emocional: la sensación de que Bogotá se atrevía, por fin, a vestirse de modernidad. Y es precisamente en esa arquitectura luminosa del Pasaje Hernández—sus balaustradas de bronce, la madera que crujía como si contara historias, la luz filtrada por su marquesina inglesa de vidrio plano—donde esta narración decide detenerse y respirar hondo.

Porque, aunque ambos pasajes nacieron juntos, ambos lograron sobrevivir al paso de las décadas, cada uno fiel a su espíritu, pero es el Pasaje Hernández el que se convirtió en símbolo de belleza y romanticismo, y por ello ocupa el centro de este libro. Su diseño parecía un encantamiento urbano. Las cornisas de yeso modeladas con esmero; los pasillos bañados por una claridad casi europea; la elegancia silenciosa de sus materiales… Todo componía una obra que parecía viva, una estructura que no solo albergaba comercios, sino aspiraciones. Su permanencia confirma que la modernidad que encarnó no fue un gesto pasajero, sino un legado que resistió el tiempo.

Mientras el Rivas continuaba honrando el pulso artesanal, el Hernández parecía hecho para seducir. No era solo un espacio comercial: era una declaración estética. Un manifiesto arquitectónico. Allí, el acto de comprar se transformaba en experiencia, en paseo, en gesto urbano aprendido de París o Londres. Un lujo inesperado para una ciudad que, por entonces, apenas superaba los 100.000 habitantes y aún dudaba de su propio reflejo.

Con el paso del tiempo, ambos pasajes se grabaron en la memoria bogotana. Pero el Hernández emergió como emblema de elegancia perdurable, como un escenario donde la ciudad aprendió a reconocerse moderna sin renunciar a su alma. Entre sus muros convivieron abogados distinguidos, sastres de prestigio, fotógrafos pacientes y comerciantes visionarios. Quienes lo visitaban buscaban más que mercancías: buscaban pertenecer a la atmósfera que lo habitaba, a ese aire de refinamiento que todavía hoy parece perfumar cada ladrillo.

Por eso, aunque el Pasaje Rivas continúa siendo un tesoro artesanal invaluable, este libro se sumerge sobre todo en el universo arquitectónico y emocional del Pasaje Hernández, en su luz, sus texturas, su belleza tenaz, esa que resiste temblores, décadas y desdenes. Fue allí, entre vidrio y metal, donde Bogotá descubrió que la elegancia también podía ser un acto de resistencia frente al tiempo.

Hoy, más de un siglo después, ambos pasajes siguen en pie, respirando su tiempo y su función, cada uno como testimonio de un modo distinto de entender la ciudad. Pero es en el Hernández donde permanece con mayor fuerza el eco romántico de aquella Bogotá que quiso parecerse al mundo sin dejar de ser ella misma.

En estas páginas, además de reconstruir esa memoria, se presentan una encuesta, diversas tipologías y una serie de reflexiones finales que buscan comprender no solo el pasado de estos pasajes, sino la resonancia persistente y singular del Pasaje Hernández en la identidad urbana de hoy.


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