EL CASO ODEBRECHT COLOMBIA “La República del Soborno donde la corrupción se castiga con aplausos y se absuelve con preacuerdos”
Hubo un tiempo en que el progreso se medía en kilómetros de asfalto, en contratos millonarios y en sonrisas presidenciales frente a las cámaras. Era la era dorada de la “infraestructura con visión de futuro”, aunque se estaba construyendo tenía cimientos de papel quemado y concreto moral disuelto. Detrás de cada discurso sobre desarrollo y competitividad se escondía una ecuación más precisa que cualquier plan de ingeniería: un soborno bien colocado acelera más que una retroexcavadora.
Colombia se convirtió, sin saberlo —o fingiendo no saberlo—, en el escenario de una tragicomedia financiera donde todos los actores conocían su papel. Los políticos, guardianes del interés público, jugaban al olvido selectivo; los empresarios, esos nuevos patriotas del siglo XXI, hablaban de inversión mientras abrían cuentas en el exterior; y la justicia, siempre puntual para el café, pero lenta para el expediente, observaba el espectáculo desde el palco de los impedimentos.
En ese teatro de mármol y moqueta, la palabra “corrupción” era tan cotidiana como “licitación”, y ambas significaban, en el fondo, lo mismo. Los proyectos públicos se cocinaban en restaurantes privados, los comités de ética se reunían para firmar su propia amnesia, y los informes de control eran más decorativos que los retratos en los ministerios. El país, absorto en la novela del mediodía, no notaba que el guion del poder se escribía en otro idioma: el de los sobornos en dólares.
Odebrecht llegó a Colombia con el encanto de quien promete modernidad y empleo, y con la discreción de quien trae en el maletín el manual del soborno empresarial. No venía a construir carreteras: venía a pavimentar relaciones. Traía ingenieros de caminos y de favores; obreros del cemento y del sigilo. Donde el Estado veía progreso, ellos veían oportunidad. Donde había leyes, hallaban interpretaciones. Donde había ética, encontraban otrosíes.
Así nació la República del Soborno: un país dentro del país, con su propio código de honor —la lealtad al silencio—, su moneda oficial —el dólar girado en Andorra— y su Constitución implícita —el pacto de impunidad. Allí, los culpables no caen: se jubilan. Las víctimas no existen: son estadísticas. Y los héroes son esos pocos que, por error o por conciencia, se atreven a encender una grabadora en medio del ruido del poder.
En este escenario, los nombres cambian, pero el libreto es siempre el mismo. La corrupción se recicla, los escándalos se marchitan, los implicados ascienden. El país se indigna, luego olvida, luego vota. Y mientras tanto, la obra continúa: la Ruta del Sol brilla, aunque su luz provenga del fuego con que se queman las pruebas.
Porque en esta república, la moral es opcional, la vergüenza un lujo y la justicia un servicio tercerizado. Y cuando el telón cae, lo único que queda en pie es el eco de una ovación: la del soborno, ese arte nacional que, a fuerza de repetirse, terminó convirtiéndose en identidad.
En el libro se presenta una encuesta, una serie de tipologías y reflexiones finales.