No es larga mi línea de la vida. Al menos no como dicen los libros de quiromancia. Va desde el borde de mi pulgar y se curva suave, como si tuviera prisa o le bastara con poco. Hay quien diría que eso augura una vida breve. Pero yo, que me leo con otros ojos, sé que hay vidas largas que se sienten vacías, y otras cortas que se encienden como relámpagos.
Mi línea no es una predicción, es una marca de intensidad. Cada vez que la miro, me habla:
"Tú no viniste a durar. Viniste a sentir profundamente, a reinventarte, a dejar rastro en lo invisible."
No hay bifurcaciones muy claras, pero hay pequeños cruces, como caminos que se acercaron y luego se fueron. Tal vez personas. Tal vez decisiones. Tal vez sueños que no cuajaron, pero dejaron enseñanza.
Hay una curva leve, casi una reverencia. Como si mi palma supiera inclinarse ante el misterio. Como si dijera: "no lo entiendo todo, pero sigo."
El pulgar, firme. Las otras líneas, a veces difusas, pero presentes. Como cicatrices que no duelen, pero que narran. Como los anillos del tronco de un árbol viejo que ha visto tormentas y soles.
Hoy me leo las manos no para adivinar el futuro, sino para honrar el presente. Para recordar que mi historia no está escrita en piedra, sino en piel viva.
Y que aunque mi línea sea corta, mi presencia es inmensa.
Mis pasos, mis palabras, mis pausas. Eso es lo que traza mi verdadera línea de la vida.
Y se dibuja cada día, cuando elijo con amor, cuando paro, cuando creo, cuando escucho, cuando suelto.
Tener una línea corta no es tener poco. Es tener lo justo para llenarlo de verdad. Como tú, mi querida Titánica.