Querida familia Titánica, la vida no siempre es amable, ni nosotros siempre estamos en nuestro mejor momento. Hay días en los que todo parece ir mal: el filete se quema en la cocina del restaurante, el cliente se queja, y tú estás a dos pasos de explotar. O cuando te enfrentas a un plazo imposible mientras el reloj parece burlarse de ti. Incluso esas situaciones emocionales que despiertan viejas heridas, como reencontrarte con alguien con quien tienes una historia compleja. ¿Qué hacer en esos momentos en los que el agua llega al cuello y tus emociones están a punto de desbordarse?
Aceptar el caos: no te juzgues
Lo primero es entender que no necesitas ser perfecto ni tener una solución para todo al instante. Si se te quemó el filete, si el proyecto va retrasado o si tu cuerpo se rinde al cansancio, no te culpes. No siempre tienes que justificarlo con “es que estoy cansado, es el estrés, es el hambre…” A veces, simplemente, las cosas no salen bien, y está bien.
El juicio hacia uno mismo tiende a amplificar el problema. En lugar de pensar “esto no debería haber pasado” o “qué inútil soy,” intenta reformularlo como: “Esto es lo que tengo ahora. ¿Cómo lo gestiono desde aquí?”
Respira: pausa antes de actuar
Cuando todo se desmorona, tu cuerpo entra en modo de emergencia. Quizás ni te das cuenta, pero tu respiración se acelera, tus músculos se tensan, y tu mente se enfoca únicamente en el problema. Aquí es donde detenerse y respirar puede cambiarlo todo.
Unas cuantas respiraciones profundas y conscientes no resolverán el caos, pero sí te darán unos segundos cruciales para responder con calma. Inhala contando hasta cuatro, sostén el aire un segundo y exhala contando hasta seis. Repite tres o cuatro veces.
En equipo: cómo no desbordarte con los demás
Cuando trabajas con personas, los malos días no son solo tuyos; afectan a todo el equipo. Por eso, en lugar de dejarte llevar por la frustración y proyectarla sobre otros, busca maneras de colaborar. Si algo no está saliendo bien, no culpes ni descargues tu estrés en el primero que pase por ahí.
- Comunica: “Estoy teniendo un día difícil; voy a necesitar un poco de paciencia” puede evitar malentendidos.
- Pide ayuda: No siempre tenemos que cargar todo el peso. A veces, una palabra honesta como “¿Puedes echarme una mano?” puede aligerar enormemente el momento.
Recuerda que, en equipo, el objetivo es encontrar soluciones, no culpables.
El poder del humor en los días de “no”
Si el día ya está cuesta abajo, a veces lo mejor es aceptar la situación con un toque de humor. Imagina esa lágrima cayendo sobre la arena porque el filete se quemó; ríete del drama momentáneo, incluso si todavía queda por resolver.
El humor no elimina el problema, pero puede cambiar tu enfoque. Es más fácil abordar un mal día desde la ligereza que desde la tragedia.
Recuperar el equilibrio después de la tormenta
Cuando el momento crítico pasa, es importante reflexionar, pero no para castigarte. En lugar de preguntar: “¿Por qué me salió todo mal?” pregúntate:
- ¿Qué aprendí de esta experiencia?
- ¿Qué puedo hacer diferente la próxima vez?
- ¿Cómo puedo ser más amable conmigo mismo en estos momentos?
Reflexiona desde un lugar de cuidado y no de automachaque. A veces, las soluciones no son inmediatas, pero cada paso hacia adelante te ayuda a construir una versión más resiliente de ti mismo.
Tu bienestar no es negociable
A largo plazo, evita poner a los demás por encima de ti constantemente. Cuando tus emociones están al límite, no reprimirlas es clave para tu salud mental. Encuentra formas de expresarlas: escribe, habla, dibuja, canta o simplemente da un paseo largo para liberar la presión.
Aceptar que no puedes controlarlo todo, ser amable contigo mismo y dar lo mejor dentro de lo posible es un arte en sí mismo. Y como cualquier arte, se perfecciona con práctica.
En los días en que el agua te llega al cuello, no olvides que lo más importante no es mantenerte a flote de forma perfecta, sino aprender a nadar a tu manera. En definitiva, lo que pasó, pasó, y siempre puedes elegir reconstruir desde lo que queda, no desde lo que se perdió.