Carrito de la compra
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Pareja, registros y bazar

Cuando el silencio lleva tu nombre

A veces el destino no da aviso. No golpea la puerta. Solo entra.


Como aquel jueves cualquiera, cuando decidiste refugiarte de la lluvia en una librería antigua, en una calle que ya nadie parece recordar. No buscabas nada. No esperabas nada. Pero algo —quizá el olor a papel viejo, o quizá un impulso que no se puede nombrar— te hizo cruzar aquella puerta.


Te encontraste hojeando un libro de poesía, sin rumbo. Y entonces, sucedió.


Una voz, suave, detrás de ti. No una figura. No un rostro. Solo una voz que leía, en voz baja, el mismo poema que tú. Como si el universo, en un gesto cómplice, hubiera sincronizado a dos desconocidos para encontrarse en el mismo verso:

“No es que busque tu sombra en el silencio,

es que el silencio lleva tu nombre en su pecho.”


Te giraste. Y ahí estaba. Él. O ella. No importa. Lo que importaba no era su nombre —eso lo supiste después—, sino algo mucho más esencial: su risa tenía la misma temperatura que la tuya. Era inexplicable. Y no necesitaba explicación.


No hablaron mucho. A veces el amor no necesita palabras, solo espacio compartido. Un banco junto al ventanal. Un solo libro entre dos pares de manos. Y la sensación de que el mundo, por fin, tenía sentido.


Luego vinieron las cartas. A mano. En papel. Porque, según él (o ella), tu nombre no podía escribirse en pantallas. Te llevó a un acantilado. A gritar. “Tu miedo más grande”, dijo. Y tú gritaste su nombre. Fue ahí donde supiste que no temías al vacío, sino a perder lo que habías encontrado sin buscar.


Pero el amor, como los poemas, también tiembla. Un día, desapareció. Dejó una nota:

“No podía quedarme. Pero si alguna vez vuelves a escuchar tu nombre en el silencio, soy yo.”


Y pasaron los años.


Los amores. Los desamores. Las ciudades. Los libros.


Hasta que, un día cualquiera, en otra ciudad, con otra lluvia, entraste a otra librería. Escogiste un libro al azar. Y dentro, una nota:

“El silencio todavía lo lleva.”


Y entonces, otra vez esa voz.


El mismo verso. El mismo temblor.

“No es que busque tu sombra en el silencio,

es que el silencio lleva tu nombre en su pecho.”


Y sin girarte, ya sabías. Era él. O ella. Era tu historia. Aún lo era.



© 2025, TITÁNICA Pingüino rayado azul y blanco, pájaro amarillo con gorrito, y gato marrón con pijama rayado blanco y rojo

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