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Abeto, camino nevado, cielo estrellado

Cuando no sabes parar: la ironía del estrés y el agotamiento

Queridas y queridos Titánicos, es curioso cómo, a medida que nos acercamos al final de año, nos encontramos atrapados en un ciclo interminable de hacer, hacer y hacer más. ¿Quién no se ha visto alguna vez con la mochila llena de proyectos y responsabilidades, y la sensación de que, por más que vacíes, siempre está sobrecargada? Este impulso constante de seguir llenando, como si el "no hacer nada" fuera una traición a nuestra productividad, se convierte en una especie de mantra. El miedo a parar es real: si lo haces, ¿será el fin? ¿Perderás el ritmo y no serás capaz de arrancar de nuevo? ¿Y qué pasa si en el fondo ese descanso no es solo una necesidad, sino una vía de escape que ni siquiera sabías que necesitabas?


Es curioso también cómo los sueños cambian a lo largo de nuestra vida. En algún momento, podemos tener esa certeza absoluta de qué es lo que queremos, y luego, un día, nos damos cuenta de que nuestros sueños son como fragmentos dispersos, pequeñas piezas de un rompecabezas que no encajan del todo. Y ahí está la contradicción: sigues corriendo tras ese sueño, pero en el fondo ya no sabes si estás persiguiendo lo que verdaderamente quieres o simplemente te arrastras por la inercia de haber empezado algo hace tiempo.


El concepto de las fronteras es otro tema interesante. Todos somos hijos de emigrantes, de personas que, en algún momento, tuvieron que hacer las maletas y dejar atrás lo conocido en busca de algo mejor. Las fronteras, esos límites físicos y políticos que parecen tan definitivos, son simplemente una construcción del poder. En el fondo, todos llevamos dentro el ADN de quienes se aventuraron más allá de lo conocido, y tal vez ese mismo impulso sea el que nos lleva a no saber cuándo parar. La idea de huir hacia adelante, siempre hacia el próximo reto, hacia el siguiente sueño, hacia la siguiente frontera.


Y sí, puede que en medio de todo esto, lleguemos a un punto en el que ya no sepamos si la meta está demasiado lejos o si simplemente hemos estado corriendo demasiado rápido, sin saber realmente por qué. Hay días en los que la creatividad se convierte en un peso, en un agobio. La curiosidad se vuelve abrumadora, y no sabemos si debemos abrazarla o dejarla ir. Las preguntas surgen una tras otra, pero las respuestas se disuelven en la niebla de la prisa.


Tal vez, lo que más duele no es la realidad que te jode, sino el tiempo perdido: ese tiempo en el que podrías haber descansado, desconectado o simplemente disfrutado de la compañía de las personas que amas, esas mismas que, en ocasiones, también te agotan. Porque en este torbellino de hacer, hacer, hacer, nos olvidamos de lo que realmente importa, de lo que nos recarga, de lo que nos da energía.


Y aquí estamos, al final de otro año. Quizás esta sea la última "vitamina" de la temporada, como las llamo, pero si hay algo que podemos aprender es que, a veces, la clave no está en continuar llenando la mochila, sino en vaciarla, al menos por un rato. Parar. Respirar. Y recordarnos que después de todo, no se trata de cuántos sueños hayas alcanzado, sino de cómo te has sentido en el camino.



Pingüino rayado azul y blanco, pájaro amarillo con gorrito, y gato marrón con pijama rayado blanco y rojo

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