Amigas y amigos Titánicos, hay algo en ciertas voces femeninas que no solo cantan, sino que cuentan. Como si, a través de sus melodías, tejieran mapas de emociones y paisajes invisibles. Son cantautoras que no buscan gustar, sino decir: Silvia Cruz, con su ternura quebrada; Cecilia, con su espíritu libre y valiente; las entrañables y pioneras Vainica Doble, con sus letras domésticas y surrealistas; o Lena Sánchez, cuya voz resuena como un eco contemporáneo con raíces profundas.
Todas ellas me recuerdan que la escena puede ser también un espacio sagrado, no solo de entretenimiento, sino de revelación. Como en los pasos de Lope de Rueda, donde el pueblo se reconocía entre risas; como en los Misterios de Elche, donde el teatro era liturgia; o en el Kabuki japonés, que transforma la expresión corporal en un lenguaje ancestral.
Y luego está el claqué, ese baile nacido en los locales donde la música se vibraba a través de los pies. Pienso en Bill "Bojangles" Robinson y en aquel momento donde zapatear era contar una historia sin abrir la boca. A veces, el ritmo nace antes que la palabra. Hay emociones que solo se pueden explicar pisando fuerte sobre el suelo.
Hablando de paisajes... hay artistas que han capturado jardines, flores y atmósferas suaves con una sensibilidad exquisita:
- Tamara de Lempicka, con sus retratos entre lo geométrico y lo erótico.
- Gustav Klimt, con sus fondos dorados y abrazos eternos.
- Claude Monet, que hizo de cada estanque una meditación.
- Matisse, que pintaba como si bailara.
- Georgia O’Keeffe, que nos enseñó a mirar una flor como si fuera un universo.
- Van Gogh, que convirtió un simple almendro en flor en algo sagrado.
Y entonces llega el cine, que lo recoge todo: voz, gesto, mirada, paisaje. Películas como No Highway in the Sky, donde el ingeniero inseguro es el verdadero oráculo; Quién te cantará, la joya oscura de Carlos Vermut sobre el desdoblamiento y la pérdida de identidad; o La tentación vive arriba, donde Marilyn se convierte en arquetipo, deseo y presencia que trasciende la pantalla.
Todas estas voces, movimientos, trazos y secuencias tienen algo en común: hablan sin gritar.
Nos recuerdan que el arte no siempre busca explicar. A veces solo quiere acompañar, hacer brotar, sostener.
Y yo, como espectadora, como creadora, como mujer, solo puedo darles las gracias por estar. Por seguir brillando.
Que suba el telón, que empiece la función, que florezca el escenario y se encienda nuestra alma.