Amigas y amigos Titánicos, como ya vengo comentando en capítulos anteriores, la danza es una expresión artística que va más allá del movimiento físico; es también una poderosa herramienta educativa. Para muchos escépticos, la educación se asocia únicamente con pupitres, pizarras y libros. Sin embargo, la danza demuestra que el aprendizaje puede realizarse mediante el movimiento, la creatividad, y la exploración del entorno. Al educar a través de la danza, se desarrolla la coordinación, el sentido espacial, y la capacidad de trabajar en equipo, habilidades esenciales tanto dentro como fuera del aula.
La danza ayuda a que los niños comprendan y dominen su propio cuerpo, aumentando su autoconfianza y autoestima. Al ser una actividad colaborativa, fomenta la empatía y la comunicación entre los estudiantes, que aprenden a escuchar, a sincronizarse con otros, y a ser parte de un conjunto. Además, el trabajo con música y ritmo permite desarrollar habilidades de concentración y memoria, esenciales en cualquier proceso de aprendizaje.
Diversos estudios han demostrado que la educación a través de la danza promueve el bienestar emocional. En un mundo donde el estrés y la ansiedad afectan cada vez más a los jóvenes, el movimiento y la expresión corporal se presentan como formas de liberar tensiones y canalizar emociones de manera saludable. Para muchos niños, la danza puede ser una forma de autoconocimiento y expresión, algo que no siempre encuentran en materias académicas tradicionales.
Apostar por la danza en la educación implica, por tanto, reconocer que el aprendizaje no se limita al intelecto; también involucra el cuerpo y las emociones. Aunque el enfoque tradicional de la educación se basa en el conocimiento cognitivo, la danza muestra que el aprendizaje más completo es aquel que integra cuerpo, mente, y emociones. Por eso, para quienes aún dudan, vale la pena recordar que el movimiento es una forma natural de expresión y de aprendizaje humano.