Amigos y amigas Titánicas, entre paseo y paseo, durante una tregua digital, terminé frente a una lavandería. Desde fuera, el interior parecía tranquilo: gente a lo suyo, móviles, ropa girando. Pero algo me sacó del ritmo. En ese hueco que queda entre la puerta abierta y la pared, un gorrioncillo estaba atrapado, golpeándose una y otra vez contra el cristal. Nadie se percataba, o nadie quería mirar.
Me acerqué y abrí la puerta del todo para que pudiera salir. Pero en lugar de escapar hacia la calle, voló hacia dentro, directo a una ventana cerrada. Se quedó ahí, aturdido, como sin entender por qué no podía cruzar el umbral que él creía abierto.
Y pensé: cuántas veces volamos hacia donde creemos que está la salida, y es solo otro cristal más. Cuántas veces el mapa que seguimos nos confunde. Cuántas veces somos ese pájaro.
A veces las puertas están abiertas, pero no sabemos verlas. O no son para nosotros. A veces chocamos con lo que pensamos que es la libertad. O con lo que nos dijeron que era. Y no pasa nada. El golpe enseña. El vuelo cambia de dirección.
Esa ventana puede ser una barrera o una oportunidad, según el punto de vista, según tu momento, tus valores, tu forma de autocuidarte. Lo que para alguien es una red, para otra puede ser sostén. No hay un solo mapa.
Y entre tanta reflexión, me acordé de dos personajes de infancia: Calimero y Piolín. El primero, con su cascarón de pesimismo a cuestas. El segundo, frágil pero siempre avispado, con un Silvestre persiguiéndole día sí, día también.
¿Quién soy yo hoy? ¿Una mezcla de ambos?
Porque está bien convivir con lo crudo y lo luminoso. Está bien no saber si la puerta lleva a la calle o a una nueva trampa. Lo humano es ser imperfecta, estar incluso cansada y aun así abrir la puerta para otro ser vivo, aunque luego no sepa qué hacer con su libertad.
Yo, por mi parte, voy a saltar a la cuerda con mi calzado de hormigón. Aunque cada pisada pese, aunque no sea ágil. Porque hay algo que me levanta. A veces es un gesto, una melodía, un recuerdo. A veces, sí: un buen desayuno.
Quizás de eso va todo esto: de recordar qué nos acciona. Qué nos devuelve el cuerpo. Qué nos saca del ruido y nos lleva al vuelo.
Con o sin mapa. Pero con ganas de mirar por la ventana, aunque a veces esté cerrada.