Carrito de la compra
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Puente, pueblo y mañana

El peso de la sabiduría

En un pequeño pueblo rodeado de montañas, vivía una anciana llamada Miriam. No tenía grandes riquezas ni tierras, pero poseía algo que todos buscaban: sabiduría.


Un día, un joven comerciante llamado Ezra llegó hasta su humilde casa, preocupado y ansioso.

—Maestra, he trabajado sin descanso, pero el éxito me elude. Lo persigo como un hombre sediento persigue el agua en el desierto, pero siempre se evapora antes de alcanzarlo. ¿Qué debo hacer?

Miriam sonrió y le ofreció una taza de té.

—A veces el éxito no hay que perseguirlo —dijo con voz serena—, hay que verlo a tu lado o justo detrás de ti.

Ezra frunció el ceño.

—No entiendo.

Miriam señaló la bolsa de monedas del joven.

—Si un problema puede resolverse con dinero, no es un problema, es un gasto. Pero dime, ¿cuánto has aprendido en tu búsqueda?

Ezra suspiró.

—He aprendido a vender, a negociar, a desconfiar de las promesas vacías… pero sigo sintiéndome perdido.

Miriam asintió.

—El que no añade nada a sus conocimientos, los disminuye. Dime, ¿alguna vez alguien te ha señalado tus defectos?

Ezra se encogió de hombros.

—Pocos. Mis amigos me elogian, no me critican.

—Entonces no son verdaderos amigos —sentenció Miriam—. Ama a quien te diga tus defectos en privado, porque él te ayudará a crecer.

El joven guardó silencio, reflexionando sobre esas palabras.

En ese momento, otra visitante llegó. Era Esther, una anciana comerciante con fama de astuta y despiadada.

—Miriam, necesito un consejo —dijo con altivez—. Tengo riqueza, tengo empleados, tengo poder. Pero la felicidad se me escapa.

La sabia mujer la miró con paciencia.

—El peor enemigo es una felicidad demasiado prolongada. Quizá tu alegría se ha vuelto tan constante que has dejado de verla.

Esther frunció el ceño, sin comprender.

—También escuché que algunos de tus empleados te temen —continuó Miriam—. Si no vas a morder, no muestres los dientes.

La comerciante se sintió incómoda, pero asintió con la cabeza.

—Última pregunta, maestra. ¿Qué es más valioso, la experiencia o la juventud?

Miriam bebió un sorbo de té antes de responder.

—Al envejecer, el ser humano ve peor… pero ve más.

Esther bajó la cabeza y se marchó sin decir más.

David, aún confundido, preguntó:

—¿Por qué le hablas con tanta paciencia, si sabes que nunca cambiará?

Miriam sonrió.

—Porque un viejo amigo es mejor que dos nuevos amigos. Y porque la vida es el mejor de los negocios. Nos la dan gratis.


Ezra comprendió entonces que el valor no estaba en la riqueza ni en la búsqueda incansable del éxito, sino en aprender, en escuchar, en vivir con curiosidad. Se despidió de Miriam con el corazón más ligero, prometiéndose a sí mismo que, a partir de ese día, cada paso que diera lo haría con sabiduría.


Y así fue como Ezra dejó de perseguir el éxito y comenzó a verlo a su lado.


Moraleja: la sabiduría no está en conocer las buenas cualidades, sino en aplicarlas.



Pingüino rayado azul y blanco, pájaro amarillo con gorrito, y gato marrón con pijama rayado blanco y rojo

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