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Bienvenidos, hola y abrazo

Empathy Attack!

Querida familia Titánica, no es lo mismo tener empatía que ser empático.


Y esa diferencia, aunque parezca sutil, marca un mundo entero en la calidad de nuestras relaciones.


La empatía, en teoría, es esa capacidad humana de ponerse en el lugar del otro, de resonar con su experiencia, de imaginar lo que siente y acompañarle en su emoción. Y sí, todos —o casi todos— tenemos esa capacidad en potencia. De hecho, el cerebro humano está especialmente diseñado para ello: disponemos de neuronas espejo, de circuitos emocionales que se activan al ver sufrir a otros. Pero tener el hardware no es lo mismo que usarlo bien.


Porque, además de ese maravilloso diseño cerebral, somos también un cóctel de emociones, juicios, sesgos, traumas y heridas sin cicatrizar. Todo eso convive con nuestra capacidad empática… y muchas veces, la sabotea.


¿Cuántas veces alguien te ha contado algo difícil y tú, sin querer (o queriendo un poco), has hecho una de estas cosas?

– Ofrecer soluciones antes de validar el dolor.

– Contar tu experiencia para “conectar”, pero sin darte cuenta de que estás ocupando el centro del escenario.

– Dar un consejo que nadie te ha pedido.

– Minimizar lo que siente el otro (“bueno, al menos no ha sido peor”) pensando que así ayudas.


Todo eso no es empatía. Al menos no una empatía real. Es reacción. Es incomodidad mal gestionada. Es el ego queriendo aliviar su malestar antes que sostener el ajeno. Porque estar con el dolor del otro sin querer resolverlo, sin corregirlo, sin explicarlo… cuesta.


Y mucho.


Requiere presencia. Requiere humildad. Requiere saber hacerse a un lado.


Porque la empatía real no brilla. No da discursos brillantes. No tiene respuestas perfectas. La empatía real es a menudo silencio. Es estar. Es mirar con ternura. Es sostener lo incómodo sin convertirlo en propio. Es darle al otro el espacio para sentirse menos solo, sin invadirlo.


La IA empática —como se suele decir últimamente— valida, consuela, escucha. Pero no siente. No tiene un pasado que se le active, ni un miedo que le salte, ni una herida que se le abra con lo que el otro dice. Por eso, en ocasiones, se nos puede quedar la sensación de que las máquinas consuelan mejor que algunas personas.


Pero eso no quiere decir que tengamos que aspirar a ser como ellas. No se trata de apagar nuestra humanidad, sino de aprender a convivir con ella. A reconocer nuestras ganas de responder, de explicar, de comparar… y en vez de actuar desde ahí, elegir otra cosa.


Elegir quedarnos.

Elegir escuchar.

Elegir acompañar en vez de intervenir.


Porque la verdadera empatía no es una habilidad, es una práctica. Un compromiso. Y, sobre todo, una forma de amar: al otro, tal como está, sin querer cambiarlo.


Y eso —te lo aseguro— se nota.



Pingüino rayado azul y blanco, pájaro amarillo con gorrito, y gato marrón con pijama rayado blanco y rojo

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