Querida familia Titánica, como bien sabéis, los niños tienen una forma única de percibir y responder a lo que los rodea. A veces, sus respuestas, espontáneas y llenas de una lógica infantil, nos dejan sin palabras o nos regalan una sonrisa. Como en aquella escena donde una señora le dijo a un niño: 'Te quito las pilas', y él, emocionado, respondió: '¡Síii!'. Sin embargo, al comprender que aquello significaba quedarse sin hablar, corrigió rápidamente: '¡Nooo!'. Un instante breve que encapsula la maravilla de la infancia: su literalidad, la sorpresa y la rapidez con la que procesan el mundo que los envuelve.
Este tipo de interacciones nos recuerdan que, en la infancia, el lenguaje no es solo un medio de comunicación, sino un espacio de exploración, donde las palabras cobran vida propia y las interpretaciones pueden ser infinitas. Un niño no solo escucha, sino que interpreta desde su universo, desde sus referencias y experiencias aún en construcción. Lo que para un adulto puede ser una broma o una frase hecha, para un niño puede ser un reto, un juego o, en algunos casos, una verdad absoluta.
El poder de las palabras en la niñez es inmenso. Son herramientas con las que moldean su comprensión del entorno, con las que aprenden a expresar emociones, deseos y dudas. También pueden ser fuente de alegría, como en este caso, o de malentendidos cómicos, cuando la literalidad infantil choca con las metáforas y expresiones cotidianas de los adultos.
En una época en la que todo avanza tan rápido y la comunicación se ha tornado cada vez más digital, estos momentos nos recuerdan el valor de la magia del lenguaje hablado, la calidez de las conversaciones cara a cara y la importancia de dedicar tiempo a los más pequeños. Porque en sus respuestas, a veces cargadas de ocurrencias y otras de asombro, nos regalan la frescura de ver la vida sin prejuicios, sin excesos de razonamiento, simplemente viviéndola con la emoción de lo nuevo.
Así que, la próxima vez que un niño te sorprenda con una respuesta inesperada, tómate un momento para apreciarla. Quizás, en su lógica espontánea, se esconda una pequeña gran lección para nosotros, los adultos.