Carrito de la compra
Loading
R2-D2, Star Wars y juguetes

La clínica de fisioterapia: entre el confesionario y el concesionario

Queridas, queridos todos, entrar en la clínica de fisioterapia es adentrarse en un universo paralelo donde el dolor, la mecánica corporal y la terapia conversacional se fusionan en un ecosistema único. Aquí, las camillas están separadas por unas cortinas livianas que logran una insonorización nula, convirtiendo cada sesión en un confesionario improvisado. "Padre, he pecado. Llevo tres meses sin estirar y he vuelto a jugar al pádel como si tuviera 20 años". Del otro lado, un paciente responde con resignación: "Yo, en cambio, me eché una siesta de dos horas antes de venir. No sé si me duele la espalda o sigo dormido".


Pero no solo de confesiones vive este santuario de la rehabilitación. También es un concesionario humano. Los fisioterapeutas desmontan, ajustan y reensamblan piezas como si de mecánicos de Fórmula 1 se tratara. Cinturas desencajadas, hombros fuera de lugar y rodillas que suenan como una bolsa de cereales al abrirse. A un lado, un paciente conectado a una máquina extraña que parece sacada de una película de ciencia ficción; al otro, alguien en una camilla mientras le aplican corrientes eléctricas con una tranquilidad pasmosa. "Sí, hombre, esto solo da unos toques leves..." BZZT. "Bueno, unos más fuertes que otros".


Lo curioso de esta clínica es la confianza extrema que se genera. Los pacientes usan a los fisios como psicólogos de cabecera. "Es que mi jefe no me valora...", dice uno mientras recibe un masaje descontracturante. "Bueno, la vida es así", responde el fisio con la experiencia de quien ha escuchado más confesiones que un sacerdote veterano. Pero ojo, que la confianza es mutua. No hay cosa que más disfruten los fisioterapeutas que rajar sobre los pacientes. No sobre sus cuerpos (aunque algún comentario sobre posturas desastrosas siempre cae), sino sus hábitos. "Otro que cambia la cita en el último minuto", "El de la semana pasada se iba a tomar un café y volvía media hora tarde como si nada", "Y el clásico: ‘voy justo después de echar la siesta’... o sea, cuando le da la gana".


Y luego está el arte del escaqueo económico. "Sí, sí, la próxima sesión te lo pago todo junto". Spoiler: no ocurre. Pero claro, el cliente siempre tiene la razón. O al menos esa es la fina línea que hay que trazar entre la profesionalidad y la paciencia.


Por mi parte, practico la discreción. Comparto lo justo, no sea que mis palabras me vuelvan como un boomerang en forma de charla incómoda en la siguiente sesión. Eso sí, aprendo mucho. En estos momentos de multitarea fisioterapéutica, entre un box y otro, en la espera de mi turno, en las reflexiones silenciosas mientras veo a alguien con agujas en la espalda y otro atado a una máquina infernal. Y claro, después de tantas visitas, mi fisio ya es mi amigo. Es la persona a la que veo con más frecuencia, mi confidente de contracturas, mi consejero de tendones inflamados.


Y lo mejor de todo: gracias a mis achaques, siempre tengo un tema de conversación con el resto del planeta.

Pingüino rayado azul y blanco, pájaro amarillo con gorrito, y gato marrón con pijama rayado blanco y rojo

© 2025, TITÁNICA