Carrito de la compra
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Atardecer, mar y nubes

La cuesta soleada y el botín invisible

En un pueblo donde las cuestas se enredan con el mar y el cielo,

una mujer decide no seguir al pelotón que rueda seguro y sin tropiezos.

En vez de eso, sube por la cuesta más empinada, la más soleada,

esa que quema los pulmones pero abre el alma.


Detrás, coches la esperan, impacientes, pero ella sabe que el ritmo propio es un regalo,

una danza única entre el esfuerzo y la luz.

Los otros no entienden que subir así es aprender a ser viento y piedra al mismo tiempo.


En la cima, su hermana sube al escenario sin la red digital que la sostiene,

solo con su voz desnuda, auténtica, luminosa.

La música es un acto de valentía cuando no hay más que el cuerpo y el corazón.


Mientras, en la casa donde guarda sus tesoros,

el botín no está en cajas ni en estantes polvorientos,

sino en cuatro recuerdos que se sostienen firmes contra el tiempo.

Ella sabe que no necesita más para mantenerse de pie, para sostener su historia.


Y aunque el cuerpo advierte con sus tensiones, y la mandíbula habla en silencio,

ella sigue, con la mirada anclada en su verdad,

porque sabe que cada paso por la cuesta y cada nota cantada sin artificios

son los hilos que tejen su camino único y valioso.


Cuando mudo mi corazón,

lo que queda es tu amor.



Pingüino rayado azul y blanco, pájaro amarillo con gorrito, y gato marrón con pijama rayado blanco y rojo

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