Me temo que vivimos en un mundo saturado de opiniones, mis Titánicas amigas. Vendehumos, vendeopiniones, expertos en todo y en nada que llenan el espacio con palabras que, en su mayoría, no conducen a nada. Se opina por costumbre, por inercia, por necesidad de existir en la conversación, aunque muchas veces la acción brille por su ausencia. Y lo curioso es que incluso si decides no opinar, ya estás opinando, como yo ahora mismo.
El cielo está opinado, ¿quién lo desopinará? El desopinador que lo desopine, buen opinador será.
La crítica como deporte nacional
En este país, la crítica no constructiva es casi una disciplina olímpica. Se dispara sin piedad en redes sociales, en tertulias y en conversaciones cotidianas. La crítica constructiva, por otro lado, muchas veces es solo un disfraz para imponer la propia visión del mundo sobre los demás, como si el otro no entendiera su propia vida. La diferencia entre ayudar y castigar debería estar en la intención, en la empatía, en el respeto. Y sin embargo, lo olvidamos con frecuencia.
Yo, siempre que me acuerdo, pido permiso. Porque a veces la crítica sale sola, sobre todo con los de casa. Y cuando hieres, también caes.
El miedo al entusiasmo
Somos un país de grandes vergüenzas. Basta con asistir a una obra de teatro para comprobarlo. Si alguien aplaude con mucho entusiasmo, el resto lo mira con extrañeza, como si la pasión fuera un desajuste. Y sin embargo, subirse a un escenario tiene un mérito titánico, independientemente de que el resultado guste más o menos. Ojalá se bailara y cantara más en contextos cotidianos. Ojalá nos atreviéramos a salirnos del guion sin miedo a la mirada ajena.
La sonrisa como acto de rebeldía
También he notado que llevar una media sonrisa en el rostro resulta violento para algunas personas. Como si sonreír sin motivo aparente fuera una provocación. Pero es, en realidad, un arma poderosa. Una sonrisa descoloca, rompe esquemas, y a veces incluso contagia. Un pequeño acto de resistencia contra el peso de lo gris.
¿Podemos cambiar las cosas?
No lo sé. Pero dar por hecho que no es rendirse antes de tiempo. No somos superhéroes, pero sí podemos hacer que nuestra vida y la de quienes nos rodean sea un poco más agradable. Y para ello, conviene desenchufarse del odio colectivo, ese que se multiplica en los medios y las redes. Que las figuras públicas sirvan como ejemplo constructivo en lugar de usar su voz para lanzar mensajes inquisidores.
Pero claro, si nos ahorramos opiniones, ¿estamos perdiendo libertad? ¿Acaso no vivimos en una democracia? Curiosamente, hay profesiones que viven precisamente de lanzar opiniones sin filtro, y a sus protagonistas les va bastante bien: son remunerados, aplaudidos, votados. En un contexto de humor, la opinión puede ser liberadora, pero, ¿dónde está la línea entre el ofendido y el ofensor?
Volver a la conexión real
Si no tenemos novedades en nuestra propia vida y censuramos nuestras opiniones sobre cómo van las cosas, ¿de qué hablaremos en nuestros círculos? Tal vez haya que filosofar más. Jugar más. Agradecer más. Disfrutar del momento, del lugar, de la compañía. Y construir nuestra vida a base de pequeños momentos de auténtica conexión.
Menos opinión, más acción. Más vida, menos ruido.