Entre trazos y palabras se reconstruyen los silencios, como un alquimista del tiempo que une fragmentos rotos, el restaurador de historias no solo lima las grietas, sino que sopla sobre el polvo y despierta los sueños dormidos.
Leo Lionni nos susurra desde un rincón de acuarelas, con peces que nadan contracorriente y ratones que imaginan, Gilles Bachelet nos pinta con su humor irreverente, donde un elefante puede ser gato y el absurdo, pura esencia.
Los fantasmas de Issa Watanabe caminan en la penumbra, mudos pero vibrantes, narradores sin necesidad de voz, como Innocenti y sus escenarios que respiran historia, palacios de sombras donde la luz encuentra su hueco.
Los álbumes sin palabras son versos sin rima, son pausas que laten entre los pliegues de un cuento. Los elementos del cómic, marcos de un mundo flotante, donde el tiempo se pliega en viñetas de eterno presente.
Texto e ilustración, dos amantes en la danza, dos hilos en un telar que teje la misma historia. A veces el dibujo grita donde la palabra calla, y otras, el verbo empuja donde el lápiz titubea.
El restaurador de álbumes no solo recompone, con cada pincelada reconstruye la memoria, donde hubo grietas, deja huellas de oro puro, como un kintsugi de tinta y amor a la imagen.
Y así, entre autores, colores y líneas, se levantan de nuevo las historias perdidas, porque restaurar no es solo un arte de manos, es un acto de fe en la belleza escondida.