Your Cart

Maternidad y Manifiesto del cuidado

Alguna vez en uno de esos chats familiares, una tía se refirió a mi como la mamá más feliz del mundo.

¿La más feliz del mundo?, pensé. ¡Cómo estarán las demás!

En ese momento no dije nada pero me quedé sintiendo que haber aceptado callada el “cumplido” había sido acaso como mentir.


¡No! Yo no soy la más feliz. Ni siquiera diría “moderadamente feliz”, sobre todo en los últimos dos años. Y decir esto, decirlo públicamente, hace que se me apriete el estómago y se me erice la piel. ¿Vas a decir eso, en serio? Me increpa mi crítica interior. Realmente vas a decir algo así de drástico? Siento que esto es lo más cerca que me he sentido de arriesgarme en esta vida a la hoguera. ¿Cómo? ¿Una mujer que no es feliz de ser mamá? ¡Sacrilegio!…

 

También podría ser una no-confesión. Muchos tal vez dirán “pero bueno ¿acaso quién es feliz”? Y no sé si sonará arrogante, pero… ¡Yo era feliz! Mi vida adulta había sido, al menos hasta el momento, una vida feliz. No plana. No sin conflicto. No sin tristeza; pero feliz. 


Y luego decidí traer un ser al mundo y dejé de ser feliz. Ahora siempre estoy cansada. Ahora siempre estoy preocupada. Ahora voy al psicólogo porque en algún momento empecé a sentir que ya no podía más. En mis puntos más bajos sólo quería que todo se detuviera… o detenerme yo… desaparecer… flotar en silencio en el espacio exterior donde nada pudiera alcanzarme. 


Deje de sentir motivación. La vida comenzó a sentirse gris, plana, cuadriculada… claustrofóbica. 


Me pregunté cómo podía ser esto cuando un niño es lo menos gris, lo menos plano, lo menos cuadriculado. Me pregunté cómo podía ser cuando mi hijo es lo más asombroso y bello y feliz que he creado…. Y he llegado a algunas conclusiones.


Sé, porque lo siento, que el problema (al menos mi problema) no es maternar. No es el hecho de SER MADRE. Pero vamos por partes:


Siento que ser mamá no es algo conceptual. Aunque involucra un uso constante y totalmente agotador del discernimiento, ser mamá es algo que pasa íntimamente, en los tejidos más secretos y profundos del alma. Ser mamá es una verdad fisiológica. Es un suceso celular, hormonal, psíquico, y espiritual. Así como es menstruar. No importa qué tanto nos resistamos o cerremos los ojos a esta realidad. Maternar es algo que se forja en las entrañas, y que acontece allí, sin importar que el hijo tenga 3 o 10 o 25 años y ya ande solo por el mundo. Tan somos madres, que estamos pensando en el bienestar de nuestros hijos incluso cuando escogemos no llevar a término un embarazo. ¡Lapídenme si quieren! Es así. Muchos creen que el aborto es una cuestión de egoísmo cuando realmente es una cuestión de amor. 


Para quienes menstruamos, gestamos, tenemos pérdidas, abortamos, parimos, o amamantamos, es evidente que algo tan avasallante como la realidad de la maternidad no puede ponerse en cuestión. Precisamente por esto. Por su naturaleza tan intuitiva, tan primal, tan intrínseca a nuestro ser, a nuestros cuerpos, a nuestras hormonas, a nuestra sangre, a nuestros huesos. 

Por eso nos cuesta tanto entender por qué es que no somos 100% felices. Por eso nos cuesta contestar cuando después de volvernos madres, nos preguntan si es que acaso nos arrepentimos de haber tenido hijos. Una pregunta absurda, y si no malintencionada, al menos capciosa… es como preguntarle a alguien si se arrepiente de respirar …

 

  • ¿eres feliz?
  • Mm no sé..
  • ¿Te arrepientes entonces?
  • ¿De qué?
  • De haber respirado
  • ¿De haber respirado?
  • Sí, ahora mismo estás respirando. ¿Por qué escogiste respirar si no ibas a ser feliz? ¡No te hubieras levantado esta mañana entonces!


Suena absurdo ¿Verdad? Pero es que el impacto de la maternidad es así de físico, así de real, así de ineludible como respirar. 


Y aún así, y tal vez por eso mismo, es que no puedo sonreír plácidamente como la sociedad quisiera y decir “si, estoy bien… ¡feliz!” Porque tener un hijo ha sido la experiencia más poderosa, más transformativa de mi vida, y al mismo tiempo nunca me había sentido tan miserable.  


¿Entonces qué es lo que te pasa? 


Lo primero es que de repente, sin previo aviso ni consentimiento, en un mundo de más de 8 billones de habitantes, yo me siento inexorablemente SOLA. Nunca me había sentido tan sola; Tan sola como en la tercera o cuarta levantada de la noche a dar teta mientras mi pareja roncaba y dormía a pierna suelta. Tan sola como llegando a un grupo de bebés donde todo el mundo sonríe mientras yo siento que por dentro me estoy quebrando. Tan sola como cuando se acaba la novedad de que pariste y la gente deja de llamarte y visitarte y tú pasas 24/7 con un bebé que todavía no habla, sintiendo que pronto se te olvidará hablar a ti también. Tan sola como cuando después de más de dos años de vida doméstica forzada porque no podías pagar la guardería, tratas de buscar trabajo y nadie contesta tus correos. Tan sola como cuando tienes que poner una cita médica pero no tienes familia ni nadie cercano con quien dejar a tu bebé, entonces tienes que perder la cita. 


Y al leer esto (y me pasa también cuando hablo con la gente) muchos piensan que soy madre soltera.. y no lo soy. ¿Por qué pasa esto? ¡Bueno! Porque resulta ¡oh sorpresa! que no hay absolutamente ni un esbozo de paridad en el cuidado de los hijos y porque la ma/paternidad pone de manifiesto y en primerísimo primer plano cualquier cosa que en la pareja esté faltando o necesitando atención. Falta de tiempo en común, falta de espacio personal, falencias en la comunicación, responsabilidad de la carga mental, presiones económicas, y las diferencias que son inevitables como el tiempo que se invierte en amamantar que es intransferible y que equivale, para quienes no lo sabían, más o menos a las horas invertidas en un trabajo de tiempo completo. ¡Así como lo ven! Y aún así, y a pesar de la insistencia de organizaciones como la OMS sobre la importancia de la lactancia, muchas mujeres en el mundo amamantan y trabajan, o amamantan a costillas de sus ingresos, es decir, a costillas de su independencia financiera que al faltar, compromete también su bienestar físico y mental.  


Así que aún teniendo pareja (y esto es un “lujo” con el que no cuentan miles de millones de mujeres alrededor del mundo) yo que opté por tomarme toda mi licencia de maternidad a pesar del devastador impacto económico, profesional y psicológico, he pasado la mayor parte de tres años sintiéndome sola. Sola todo el día en casa, sola en la noche cuando acuesto a mi hijo, sola en la ducha, sola en mi tristeza, sola en mi derrumbamiento como individuo, sola en mi dependencia económica, sola en mi crisis profesional; sola en el planeamiento de las cosas básicas, sola con la limpieza, sola con los uniformes, sola con los snacks …y sola, definitivamente sola, con estos pensamientos. Mi pareja puede con esfuerzo costear lo de ambos, puede sentarse y escuchar, puede abrazarme, pero no tiene ni la más mínima idea de lo que estoy hablando, y esa soledad que se siente allí, porque es tan inesperada y tan insalvable,  es tal vez la más dura de asumir. 


Además de sola, me siento avasallada. Me siento impotente y me siento atrapada. 


Me pasé los últimos 20 años de mi vida adulta diseñando una forma de vivir que resonara con mi ser, con los ritmos de la tierra, con el cuerpo, con el placer. Quería despertarme tarde, quería poder ir más o menos días al trabajo a voluntad. Quería hacer algo que me gustara. Quería viajar. Quería ser feliz con poco. ¡Y lo hice! Y no tan pronto hube terminado, tuve un hijo, totalmente inconsciente de que al hacer esto, iba a darle un giro radical a ese mundo meticulosamente curado. Sin haberlo previsto me iba a devolver al colegio que para mi fue como una cárcel del alma. Iba a volver a los horarios, y eventualmente, a las tareas… al “tener que.” También iba a tener que volver al trabajo tarde o temprano pero siendo mamá. Después de los días sin tiempo que le siguen al parto, de las horas en cama, sin ropa, acariciando la espalda de mi hijo mientras duerme, cantándole, arrullándole, existiendo nada más que para SER con él, ahora estoy preocupada de si llegaremos a la guardería a tiempo, de si está comiendo lo suficientemente rápido, de si me está dando lata para vestirlo, de que ahora lo tengo que meter al carro llorando. Nada de ir a su ritmo o al mío. Nada de tener tiempo para disfrutar. Ahora todo es forzado, pesado y agobiante. El otro día leí un post que decía, “puedes tener una mañana agradable o puedes llegar temprano al colegio. No puedes tener ambas cosas”.


La gente se reirá y torcerá los ojos mientras piensa “bueno, así es la vida” pero ¿por qué? Por qué la vida tiene que ser así. ¿Por qué no podemos ser libres? ¿Por qué no podemos criar en el gozo? ¿Por qué todo en el mundo es “niño fóbico”? ¿Por qué no hay tiempo para ser felices?


Y así, pensando en todo esto sola, es como poco a poco me voy volviendo loca. Sintiendo … limpiando… sopesando… recogiendo… decidiendo… peleando ….calculando… 


Entonces bien, hay unos problemas que son de pareja, de la división de la carga mental. Otros son culturales. Otros son por mi condición de migrante. Otros son de la escuela … Otros tienen que ver conmigo misma etc. pero la verdad es que todos estos problemas, todas estas cosas que contribuyen a mi infelicidad son solo facetas de un problema estructural de fondo mucho más grande y del que nadie está hablando. 

El problema, en verdad, es que el mundo no está hecho para el cuidado. Todo lo que mi ser quiere hacer, todo lo que mi maternar demanda a gritos, es imposible. Más recursos, más libertad, más tiempo, más comunidad, más simplicidad. 


Si nos estamos volviendo locos en la crianza es porque nuestros hijos nos recuerdan aquello con lo que venimos al mundo y aquello que tan profundamente necesitamos: amor, contacto físico, cercanía, naturaleza, canto, baile, risa, juego, curiosidad, pasión. Todo esto que nos demandan nuestros hijos y que no les podemos dar ¡porque nosotros tampoco lo tenemos! ¡Y esto rompe el corazón! Rompe el corazón dejarlos en la guardería, despertarlos temprano, obligarlos a ponerse el uniforme, no poder jugar con ellos porque estamos agotados, ponernos bravos con ellos porque no se adaptan a lo que nuestros absurdos horarios, agenda o trabajos demandan; que no estén cerca de su familia extendida, obligarlos a hacer tareas, que tengan que esperar tanto para las vacaciones solo para ir a otro tipo de guardería porque nosotros estamos trabajando. 


¿Qué es este absurdo? ¿Y por qué nadie se ha quejado de esto antes? Tal vez una de las cosas que más me ha sorprendido de volverme mamá es lo extremadamente EN CONTRA de la maternidad que es todo y el hecho de que no haya manifestaciones en masa al respecto. 

Por ejemplo: 

Los adultos tenemos aproximadamente (dependiendo el país, estatus laboral, etc) 5 semanas de vacaciones al año. Los niños entre 13 y 15… solo eso debería ser motivo de escándalo. ¿Qué se supone que deben hacer los padres y madres entonces? Pagar. Pagar para que alguien más los cuide. Cosa que no solo crea más tensión sobre la situación financiera de la pareja, sino que abiertamente implica que el cuidado de los hijos no puede ser una prioridad. En familias vulnerables, de escasos recursos o sin soporte familiar y social, esto directamente pone en riesgo el bienestar de los niños, que en muchos casos son abandonados en circunstancias no deseables, ante la imposibilidad de los cuidadores para encontrar o pagar por un cuidado de calidad. 


¡Y no me refiero a dejarlos con la abuela comiendo dulces y viendo la tele! Me refiero a niños encerrados, amarrados incluso, o al cuidado de parientes/vecinos o escasamente conocidos, que directamente atentan contra su bienestar. Yo que trabajo con mujeres y mamás les digo que las cosas que he tenido que escuchar le harían revolver el estómago a cualquiera y los harían sin duda salir a la calle a exigir condiciones laborales que contemplen los horarios escolares. 


Allí hace muchos milenios, cuando la raza humana cerraba filas alrededor de las madres y sus criaturas, las economías eran comunitarias, la propiedad privada no existía, los recursos eran un regalo de la tierra y todo lo que hacía el grupo social, lo hacía por y para el sostenimiento de la diada primal y sagrada madre/hijo.

De esto nos hablan el arte paleolítico, la mitología pre patriarcal e incluso las crónicas de la América pre colonial. 


Pero todo esto se ha desvanecido bajo esto que escojo llamar “el Poder”. 

Ni siquiera vale ya llamarle patriarcado porque yo miro a mi alrededor y lo único que veo es padres rotos. Hombres trabajando para gente que ni les conoce ni da un peso por ellos. Hombres que están tratando de ser mejores padres y parejas pero no tienen idea cómo ni la energía para hacerlo. Hombres con altas tasas de suicido, hombres sin buena salud, perdidos, cansados, muertos de miedo. 

Hombres que al igual que las mujeres tienen rabia, y están tristes y viven preguntándose si todo lo que aprendieron sobre la vida es mentira. Porque de niños les dijeron que si agachaban la cabeza y trabajaban duro entonces podían vivir bien, tener una familia feliz y derecho a un pedazo de tierra en el mundo ¡y eso no es cierto! 


¿Cómo puede cuidar quién no ha recibido cuidado? 


También hemos crecido bajo la gran campaña publicitaria de la familia. La familia como si fuera el objetivo máximo de la vida adulta. Pero ¿qué es exactamente la familia? Desde que tuvimos un hijo mi pareja y yo casi ni hablamos. Siempre estamos cansados. Él llega de trabajar y yo me voy. Si alguno está en casa el fin de semana el otro no. Y si coincidimos en un día no laboral lo único que hacemos es resolver problemas administrativos.. la compra, los pagos, el colegio. Luego están los terapeutas de pareja y los influencers diciéndote que tienes que hacer tiempo para tu vida emocional, para tu vida social, para tu vida sexual… ¡vaya por Dios! ¿A qué hora? La familia no puede existir en un vacío. La familia no es una célula independiente y autosuficiente. Por eso es que “las familias ya no duran”. Porque la familia es la comunidad y viceversa y hemos destruido la comunidad en favor de unas metas individuales que luego nos hacen implosionar, que nos matan desde adentro. Y entonces está ahí lista toda la gente del mundo del wellness para decirte que hagas más mindfulness y que hagas yoga y que te des un masaje y un baño de burbujas y que tengas más me time. Pero ojo ¡que para todo esto hay que pagar y tener tiempo! 


A gran escala lo que esta estructura individualista y de poder significa es de nuevo que los débiles pierden y por eso hoy estamos viendo una nueva masacre en Palestina mientras los poderosos del mundo se hacen los de la vista gorda. La gente se aterra, se deprime, se agobia viendo las noticias pero no es “la gente” la que está a cargo. Es el mismo monstruo del poder que devora la vida desde lo privado hasta lo público. Desde lo doméstico hasta lo estatal.  


Entonces… ¿qué haremos? 


El mundo necesita urgentemente una reestructuración pero habrá que empezar por algo. Yo tengo muchas ideas… por ejemplo:


  1. Horarios de trabajo flexibles o que sean equivalentes a las horas escolares. Que empiecen después de la hora que los colegios empiezan, y terminen antes de que los colegios acaben. Es apenas lógico y no entiendo cómo no ha pasado antes. 
  2. Alternativamente, actividades extracurriculares y guarderías gratis dentro del mismo colegio para evitar desplazamientos, pagadas por el estado o por qué no, en un porcentaje por el empleador. Si se están haciendo ricos a costa de tu tiempo con tu familia me parece apenas justo.
  3. Más días de vacaciones para estar con nuestros hijos  
  4. Semana laboral de 4 días  
  5. Licencia de maternidad y paternidad universal 
  6. Guarderías en los trabajos para madres lactantes que deseen seguir trabajando. 
  7. Programas de capacitación y reincorporación laboral para mujeres que han optado por quedarse en casa con sus hijos los primeros años. 
  8. Salario básico universal 


Hay mucho por hacer pero el principio es simplemente ver. Ver por qué es que lo que estamos haciendo no sirve. Hablarlo; nombrarlo. Y entonces allí, dentro de nuestras mismas comunidades, buscar y encontrar soluciones. Ver qué tipo de cuidado queremos dar a nuestras familias y a nosotras mismas. ¡Sentir! Sentir qué es lo que necesitamos y soñar que puede ser cierto. Así se siembran todas las revoluciones… así es que poco a poco germina cualquier cambio.


PD. Hace muchos meses que empecé a escribir esto y se ha ido transformando a medida que voy entendiéndome mejor a mi misma. Las sensaciones cambian mientras voy descubriendo lo que necesito, lo que quiero realmente, y a medida que recreo mi ser. Pronto escribiré más sobre lo que ha significado la depresión posparto para mi, lo que me ha enseñado y en lo que me está convirtiendo. Allí donde hoy sientas solo oscuridad, allí por una grieta, sin importar qué tan pequeña, pronto entra la luz.