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España y Afganistán: 50 años de matrimonio estéril y 10 de divorcio criminal

210 pags; disponible en pdf, rtf y epub, comprimidos en un RAR.

Introducción

Desde hace algo más de diez años las democracias más ricas y poderosas del mundo se han unido para lanzar una guerra contra uno de los países más pobres e indefensos: Afganistán. Su influencia internacional en el ámbito que se considere, económico, político, cultural, es cercana a cero, igual que su capacidad para atacar a esos países en conjunto o individualmente.
Para más INRI, las noticias previas que se referían a Afganistán informaban de un país a la cola del desarrollo, asolado tras varios años de guerras anteriores, lo cual había provocado además varios millones de refugiados.
La propaganda para esta guerra ha resultado tan necesaria como para las anteriores y se ha construido igualmente en nombre de nobles fines, aunque se ha estilizado y adaptado a las tendencias de la época. Al objetivo de acabar con el terrorismo islamista se han añadido otros: apoyar al gobierno interino afgano en el mantenimiento de la seguridad, contribuir a la reconstrucción, fomentar el desarrollo, la liberación de la mujer, promover la democracia, formar al ejército afgano, acabar con la droga, etc.
Una vez conseguido que los ciudadanos de países occidentales comulguen con unos pocos postulados elementales, lo que probablemente les impulsa a sentirse a la vez superiores y solidarios respecto a las poblaciones bárbaras, los corolarios que siguen les entran como agua: atacamos allí para no tener que defendernos aquí, estamos colaborando en la reconstrucción del país, vamos más para volver antes, es preciso formar a las fuerzas de seguridad locales, estamos construyendo escuelas, etc.
Para completar la labor de propaganda de los países participantes en la misión en Afganistán existen la ONU, la OTAN y otros organismos internacionales que, en nombre de los derechos humanos, la democracia y la seguridad internacional, despejan las dudas de los que se muestran más reticentes ante la razón de Estado y las bondades de la moral y la democracia occidentales.
Aunque las cifras de la guerra contra Afganistán son difíciles de entender por su magnitud (un coste de más de 350.000 millones dólares y sigue creciendo)y no explican el sufrimiento humano ni la destrucción causados, basta con un echar un vistazo a un par de ellas para apreciar la irracionalidad y la inmoralidad de sus responsables.
Según datos de la ONU, la población de Afganistán no llega a 28 millones de personas, la mitad tiene menos de 15 años, la esperanza de vida no supera los 44 años y el sueldo medio es de unos 300 dólares al año. (http://data.un.org/CountryProfile.aspx).
Con el dinero gastado hasta ahora en liberar a los afganos de sí mismos y luchar contra el terrorismo islámico, cada uno de éstos podría haber recibido de sus agresores más de 12.500 dólares. Con otras palabras: desde su nacimiento hasta más allá de los 40 años esos mismos 300 dólares anualmente.
Eso sin tener siquiera que trabajar, claro está; sólo tendrían que estar vivos, no como ahora, que mueren bajo las bombas de los democratizadores, huyen de sus libertadores para convertirse en desplazados internos por su país y escapan a otros para pasar a ser refugiados.
Es aún más fácil entender que no haber hecho nada de nada hubiese sido mejor. No enviar soldados, no usar bombas rompe-refugios, no emplear munición con uranio empobrecido ni aviones no tripulados, no contratar a mercenarios (contratistas en la jerga periodística), hubiera costado cero dólares y habría supuesto un ahorro incalculable de vidas, bienes y recursos.
Una década después de iniciada la misión en Afganistán, a duras penas se mantienen todavía las mentiras oficiales sobre sus motivos y objetivos. Con cada día que pasa la realidad muestra una fracasada campaña criminal más de la política imperialista de Estados Unidos, sus aliados, la OTAN y la ONU.
Cuando no se da a conocer la enésima matanza de civiles afganos, que se intentaba hacer pasar como un importante golpe a un grupo de peligrosos talibán, aparece un escándalo mayor que el anterior en las cuentas de la reconstrucción del país; a continuación se descubre otra corrupción de las empresas que operan en él…
La inacabable lista de crímenes de guerra y corrupciones en Afganistán genera nuevas mentiras en Occidente, pero éstas no logran ocultar del todo la existencia de atrocidades, latrocinios, desmanes y abusos.
Ante el fracaso de la misión, la sangría humana, la ruina económica y el hartazgo de la opinión pública internacional, lo cual pone en peligro la carrera política de los instigadores de la guerra, actualmente se habla de una retirada de las tropas internacionales. Esto en modo alguno lleva consigo el reconocimiento del mal hecho, un juicio a los responsables y unos planes de reparación en Afganistán.
El Estado español participa en lo descrito desde su comienzo. Por tanto tiene responsabilidad en lo ocurrido en Afganistán. Este trabajo está destinado a luchar contra las mentiras y tergiversaciones usadas por los responsables de la agresión contra Afganistán con el fin de justificar ésta y ocultar el desastre resultante. También se ha realizado contra el olvido y la dejadez de la ciudadanía al respecto.
En noviembre de 2001 apareció en la revista Sodepaz el artículo titulado «Los españoles, su gobierno y los acontecimientos tras el once de septiembre de 2001».
En él escribí: «Sr. Aznar: usted está colaborando —y comprometiendo a España— en un crimen contra la humanidad. Es claro que esta guerra no está autorizada por las Naciones Unidas, ni siquiera estirando como un chicle la Resolución del Consejo de Seguridad 1373, de 28 de septiembre de 2001, sobre los atentados».
Añadí: «Que Zapatero lo apoye siembra grandes dudas sobre su capacidad para distinguir de forma elemental entre el bien y el mal, entre lo justo y lo injusto, entre el estado de derecho y la ley del más fuerte».
Por otro lado, «en cuanto a la opinión pública, la labor de propaganda de muchos medios de comunicación no permite a la mayoría de los españoles salir de su ignorancia y desidia al respecto. Abundan los prejuicios y faltan pronunciamientos contra la guerra y la participación española, lo que se observa en la escasa participación en las manifestaciones en contra convocadas».

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