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Crónicas Circulares - Jacques Pierre

Antimundo

 

 

I

Jacques Pierre

 

 

Toda la historia es la conquista de las mentiras. El complot eterno que el presente conjura y conjuga como un juego de dominó palpitante y creciente, que se derrama avasallando hacia el futuro.

Es decir, el motor mismo de sus disfraces.

Jacques Pierre aún no sabía esto. Aunque sí sabía, en cambio, muchas otras cosas mucho más importantes. Sabía por ejemplo que la Ciudad era demasiado cándida como para dejarse andar por su propia cuenta, y que por ello necesitaba de héroes, tal y como siempre había sido. Y nadie mejor que él, que había sido el elegido por Catal Hüyük para sortear el presente trance de tenebrosas horas. Señalado por la Ciudad para ser la luz que adelantara el camino entre las tribulaciones que amenazaban destruirlo todo. Nombrado por el pueblo para defender al pueblo, de la misma forma que los Velarios habían escogido ser sus adversarios.

Esa noche Pierre recibió con grave disgusto la noticia de que Rot Moliat había escapado de prisión poco antes de ser ajusticiado por el verdugo. Este rebelde era el adalid visible de los insurgentes y enemigo jurado del Jefe de Guardianes, casi tanto como jurada presa de caza lo tenía Pierre a él.

En las oficinas del líder zumbó un silencio tan espeso en el aire, que hacía retumbar el odio de Pierre dentro de los sesos de sus ayudantes como un bestial y rechinante eco.

La tarde misma de la fuga, los seguidores de la herejía de los Velarios incendiaron cuatro salas de kinotecas en distintos edificios públicos provocando el caos en los hospicios, academias y alcaldías rectoras donde estos ingenios funcionaban. Fue una noche larga y densa transitada entre los humos del fuego con que ardieron estos crímenes indecibles.

Pierre llegó antes que nadie cuando estalló la locura en toda la Ciudad. Estuvo frente a las puertas de la primera kinoteca atacada incluso antes que los carros de socorro empezaran a sacar a los muertos y heridos. Estuvo allí crujiendo sus mandíbulas y apretando con furia en su mano la tardía letra del Juez Proctor, que le autorizaba a la “búsqueda sin reservas ni condiciones” de los responsables, mientras en la puerta de entrada del tambaleante edificio leía una nota que habían dejado clavada hacía muy poco:

“Vive tus mentiras mientras puedas.

                                                           R.M.”

Jacques Pierre no necesitaba más aclaraciones ni dedicatorias para tomarlo como la bofetada personal que en verdad era. Reunió a todos sus hombres y les habló de sangres y del deber. Los instó a participar de la escena haciendo suyo el escenario y los laureles de la batalla que vendría.

Esta vez no habría cuartel ni tregua entre los justos y los descarriados.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

                                                      II

La eternidad de Catal Hüyük.

 

 

Sus dimensiones comprenden el mundo entero porque la Ciudad es todo el universo que existe. Fuera de Catal Hüyük no hay nada porque sus murallas lo encierran todo, al punto de que ni siquiera es posible un afuera de Catal Hüyük. Lo único cierto es que así como en un extremo empiezan las metrópolis de Hüyük, hacia su opuesto termina el mundo que es Catal Hüyük. Sus días son largos como uno sólo y sus ciudadanos, personajes en tránsito como por una única escena maleable bajo su mano.

La Ciudad ha existido siempre y por siempre habrá de existir. Esto lo saben todos aunque algunos historiadores se obstinen en mentirlo algunas veces. Ellos con frecuencia escriben versiones imposibles de la historia pero que una vez exhibidas en las kinotecas parecen más creíbles, aunque todos los ciudadanos sepan que no deben creerlas, pues no son más que las historias que hoy presentan y mañana cambiarán por otras, quizás, exactamente distintas.

– Unas veces Catal Hüyük nació con la Última Estrella que germinó en los cielos –dicta en las pantallas un primer historiador.

– Otras tiene un solo día o los tiene todos – reza otro –. Decir eso o lo otro de la Gran Ciudad, es decir lo mismo.

– También es válido que la Ciudad existió con el tiempo cuando inició el tiempo – recita en otra ocasión un tercer cronista.

– Catal Hüyük es el testimonio viviente de la bondad de los dioses – concuerdan todos.

– Y la prueba acabada de su desprecio por nosotros – suscriben después.

– Puede que haya sido creada por antiguos hombres, nuestros primeros ancestros o extranjeros que en ningún tiempo existieron– explica otro.

– Y sin embargo sabemos que Catal Hüyük nunca ha cambiado y ha vencido las eras sin alterarse una pulgada ni restarse de sí misma una brizna. Y con esa certeza decimos que no ha sido jamás creada y que por eso no podrá ser nunca destruida – sentencia con el correr de los días, una y otra vez el primer historiador o aquel otro que lo releve en las pantallas inmensas que se repiten en cada esquina de la Ciudad.

Luego de emplear alguna cualquiera de éstas fórmulas, los proyectores de toda la urbe trazan las escenas de gloriosas batallas comandadas por héroes que han inventado los historiadores, los que, tan pronto cambia su capricho de sabios, convierten a los reyes en peones y a los vencedores en vencidos. Para en la siguiente versión del episodio, volver a trocar sus suertes o hasta desaparecer por su arbitrio a sus personajes de los anales de las leyendas.

–¿Qué te hace, Rot Moliat, tener la soberbia de creer conocer el pasado de la Ciudad? –se pregunta en silencio Pierre mientras avanza con sus hombres por las tenebrosas calles, esas sólo iluminadas por las gigantescas pantallas de los cristales mágicos–. ¡El infierno se congelará el perro día que Catal Hüyük tenga una sola versión de su historia!

Los Guardianes han registrado millares de casas a lo largo y ancho de toda la Ciudad durante toda la noche. Y es en la hora más oscura y alejada, cuando Jacques Pierre se inclina acercando el oído a la voz de un gimiente sospechoso que pronto se despedirá de este mundo.

Hubo que arrancarle las palabras como si de su mismo soplo de vida se tratara. Pero al fin nombró una intersección de calles, un pasadizo oculto, unas catacumbas y allí el refugio de los Velarios.

Ese día embrionario vería correr mucha sangre antes de extinguirse.

Lo bueno, pensó Jacques Pierre, es que el perímetro de la cacería y el lugar de las sepulturas serán uno mismo...

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

III

Rot Moliat.

 

 

La mañana de otro invierno, once inviernos atrás, en que ese joven historiador se encontró por accidente con un antiguo volumen perdido entre los millones que contenía la biblioteca del Concilio de Historiografía de la Ciudad, máxima autoridad entre todos los organismos civiles, sería el comienzo de la hermandad de los Velarios.

Rot Moliat preguntó sobre la verdad de lo que el tercer tomo de “El derrumbe postmoderno. Auge del segundo éxodo” podía llegar a significar. El Cónclave juzgó con dureza la ingenuidad del aprendiz: no había ninguna ficción sobre el pasado que fuera más real que otra, y no había una sola que lo fuera. Estaban sorprendidos porque alguien del mismo gremio, alguien que hasta había escrito las escenas de muchas obras para el kinoscopio, cayera en un engaño tan pueril. Y mucho se dijo y creyó sobre quien pudiera haberlo inducido a tal yerro.

Pero el archivista perseveró. Insistió una y otra vez sobre los mismos puntos, argumentando que el tomo era congruente internamente como ningún otro, que contenía datos precisos y armónicos entre sí, que era más extenso que cualquiera de los fragmentarios ejemplares redactados al interior de las puertas del Concilio, incluso señaló que si bien no alcanzaba los tiempos más pretéritos como otros fingidos libros hacían, éste en particular hablaba de la vida de muchos personajes, hechos y ciudades ligados por acontecimientos perfectamente lineales capítulo tras capítulo, respetando sospechosamente una metódica ley de las causas en cada una de sus presumibles mentiras.

A Ruslam y Rustam, los ancianos presidentes del Concilio, no les alcanzó para convencerse el enterarse de las muchas otras memorias que Moliat y los pocos que lo siguieron rescataron de la biblioteca. Todos ellos fueron expulsados de la organización y luego en la clandestinidad perseguidos hasta que se los creyó derrotados y anulados.

A pesar de todo, el tiempo fue aliado de Moliat, y lo que no consiguió embistiendo públicamente a Ruslam y Rustam, poco a poco fue lográndolo al socavar desde lo anónimo el dogma imperante de que Catal Hüyük era la primera Ciudad de los humanos y que a ella se resumía el escenario de toda su historia.

En las catacumbas surgió el nombre de Velarios, que los historiadores fabularían ya figurándolos como lectores de penumbras, penitentes por su traición hacia el Concilio o sabedores anticipados de que algún día se daría con ellos. Y entonces, previendo nadie habría que los lamentara, prendían velas en prerrogativa mortuoria a sus futuros y solitarios entierros.

La hermandad de los Velarios, sea cual fuera su incierto origen, fue creciendo en número de partidarios, simpatizantes y recursos año con año. Y desde que Rot Moliat había encontrado su verdadero antagonista con la ascensión de Jacques Pierre al frente de los Guardianes el año anterior, los incidentes habían aumentado también en su frecuencia y saña, seguidos cada vez de represalias más crueles e implacables que empujaron a toda Catal Hüyük a un vilo apremiante.

Era la perenne lucha por el dominio de la realidad entre los que buscaban mantener las mentiras sabidas y los que esperaban imponer las creídas. Entonces fue que Ruslam y Rustam hicieron valer su señorío al mover unos hilos sobre los hombros de ciertos personajes indicados y así apurar la captura de Moliat  en la escena misma de un atentado contra la delegación central del Concilio. Él y sus tres secuaces habrían debido verse en manos del verdugo, único castigo que se había elegido a los integrantes de esa hermandad. Y así debió ser, pero cada día contaban con más cómplices, con más espías y más gentes dispuestas a atracar aún una jefatura de Guardianes a costa de la vida propia; quizás contando con el apoyo de algunos infiltrados inclusive. Algunas miradas a un costado. Algunas puertas olvidadas abiertas y el suficiente apoyo para forzar una escabullida violenta de nuevo a las catacumbas.

Y así y todo, eso era el pasado, carroña de los historiadores. Ahora Pierre marchaba entre los angostos túneles tras el escondite de los subversivos, donde podían escucharse los primeros alaridos humanos de alarma y muerte...

 

 

 

 

 

 

 

 

 

ÍNDICE

 

Antimundo………………………...………….… 7

 

Sueños de perfume……………..……….…… 35

 

Palimseptos del titiritero………………..……. 53

 

La máquina de los ecos…………….………. 70

 

La orilla de los hielos………………….…..….. 96

 

De la Luna a la Tierra y de vuelta….……… 103

 

El destino es el viaje………………….….…… 139

 

Las escaleras de Belvedere………………... 164

 

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