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Diario de pintura, por Miguel Gómez Losada

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Para entender de pintura hay que evitar compararla con la fotografía, y sí con la literatura, el arte de escribir. La fotografía es para la pintura una inspiración, pero son de naturalezas diferentes. La imagen pictórica se crea sobre la marcha, se pinta corrigiendo, no se sabe si va bien hasta que se ve. Cuando se entiende esto reaparecen todos los cuadros que creíamos conocer. Se pinta corriente abajo sumando la confianza en la destreza con la esperanza de lograr la obra. Para pintar bien hay que tener fe en el acierto, fe para moverse, fe para descubrir y saber parar una vez sentida la entidad del tramo. Como el esquí libre o esquí fuera de pista. Artes escénicas en la montaña donde la huella de los esquíes permite ver cómo se hizo la bajada. Si en este fino juego de deslizamientos hay que incorporarle cosas al guion, se le incorporan, y si a mitad de cuadro hubiera que renunciar a la idea primera, se renuncia. Por eso en pintura es inútil predecir. No tiene sentido un proyecto concienzudo, debiéndose sustituir la palabra proyecto por intención de la obra, o propósito. Así, la improvisación, el capricho y el instinto animal deberían tener el máximo prestigio. Ahí reside la intelectualidad de la pin-tura, en el cortejo entre el pintor que da y el soporte que recibe, logrando la mejor caricia para darle al espíritu del que mira «su avivar».
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