Es difícil poder determinar en qué medida los agroquímicos afectan nuestra vida, ya que esto depende del manejo de cultivo, del tipo de cultivo, de la accesibilidad que nosotros tengamos a los alimentos y el tipo de alimentos que consumimos.
Día a día podemos escuchar en redes sociales, en medios de comunicación y en general acerca de cómo consumir leche, grasas, frituras, carne o el huevo afectan nuestra salud. Aunque seamos sinceros, si mantienes una dieta equilibrada, ninguno de estos alimentos realmente debería hacerte daño. ¿Qué es lo que realmente hace daño? Los excesos y un factor genético que es independiente de nosotros y ahí termina el asunto, pero siempre está la persona fitness que te recomienda sus dietas excéntricas en las cuales todo hace daño.
Recuerdo que en los años 90s o inicios de los 00s se escuchaba mucho acerca del daño de los agroquímicos, pero hoy en día nadie habla de eso. ¿A quién realmente afectan los llamados fitosanitarios? ¿Al consumidor? ¿A la persona que lo aplica? ¿En el suelo? ¿A la soberanía alimentaria? En realidad, el uso excesivo de químicos nos afecta a todos, pero el día de hoy vamos a verlo principalmente desde el punto de vista del consumidor.
Es interesante ver cómo en muchos países que no son tan agrícolas como nuestros países latinoamericanos tienen normativas tan estrictas con respecto a que si un fruto lleva trazas o residuos de agorquímicos, mientras que aquí nosotros consumimos el “rechazo” de lo que nosotros producimos y sin importamos algo, da lo mismo si lleva o no dichos residuos.
Es probable que alguna vez que hayas ido a algún supermercado “de clase alta” y habrás visto una sección que dice “orgánico”, pero tienen precios más elevados que los otros alimentos iguales pero que no son orgánicos y que la mayoría no puede pagar. El problema directo de los agroquímicos para el consumidor son los residuos que quedan en la superficie de los alimentos. Según la Organización Mundial de la Salud, “los agroquímicos son potencialmente tóxicos para los seres humanos y pueden tener efectos agudos (es decir, inmediatos) y crónicos (a largo plazo) en la salud de las personas, dependiendo de la cantidad y la forma de exposición.
Para que estos agroquímicos tengan un efecto inmediato, es decir, agudo, tiene que haber una intensa exposición. Además, depende también de la composición del químico, así que esta posibilidad es muy baja cuando se habla de consumo de alimentos. Este problema tienen más riesgo de padecerlo aquellos agricultores o trabajadores que están en contacto constante con estos productos; de hecho, a mí me pasó en una ocasión.
Para el consumidor, el problema son las enfermedades crónicas, ya que estos productos contienen sustancias que pueden provocar enfermedades difíciles de tratar o hasta sobrevivir a ellas.
Según la Organización Mundial de la Salud, ninguno de los plaguicidas actualmente autorizados para su uso en alimentos en el comercio internacional es genotóxico (perjudicial para el ADN, es decir, que puede causar mutaciones o cáncer). Los efectos adversos de estos plaguicidas solo se producen cuando se rebasa un cierto nivel seguro de exposición, y ahí sí, produciendo cáncer, tumores, afectando la reproducción o produciendo mutaciones. Sin tomar en cuenta que para que estos productos salgan al mercado hay huecos legales, para lo cual, volveremos a topar este tema en otra ocasión.
Ahora vamos a ver en el caso de Ecuador qué es lo que sucede. Entre 2013 y 2016, Agrocalidad realizó un estudio sobre el Límite Máximo de Residuos de pesticidas en alimentos, examinando 2.294 muestras a nivel nacional. Se encontró la presencia de pesticidas extremadamente tóxicos como thiametoxam, oxamil, metamidofos, ometoato, phosmet o carbendazim, entre otros, en productos como tomate de riñón, naranjilla, frutilla o tomate de árbol. Algunos casos, como el oxamil en la naranjilla y el metamidofos en el tomate de riñón, superaron 28,7 veces y 10 veces el límite respectivamente.
Sin embargo, estas estadísticas ocultan una realidad más compleja. Países como Colombia, Perú y Bolivia registran una cantidad notablemente baja de publicaciones científicas sobre el impacto de los plaguicidas, sumando apenas el 1,3 % del total. Esta información fue tomada de la Universidad Particular de Loja.
Pero como la Organización Mundial para la Salud lo dice, depende también de la forma de exposición. Tenemos que pensar que cada cultivo es diferente y, por lo tanto, conlleva diferentes formas de manejo. Hay cultivos que son más susceptibles a los hongos, por lo cual se usan de forma más intensiva los fungicidas. Hay otros que son más susceptibles a insectos, por lo tanto, se usan de forma más intensiva los insecticidas y así sucesivamente. Hay cultivos que tienen más probabilidad de afectación a nivel radicular, por lo tanto, contienen diferentes tipos. Si ese fruto, parte de planta, tallo o raíz que estemos consumiendo lo hacemos con la cáscara o sin ella, recordemos que estos residuos se depositan en la superficie del alimento. Tenemos la mayoría de verduras y frutos que los consumimos con cáscara, como, por ejemplo, el tomate. El tomate es uno de los alimentos más susceptibles a enfermedades y, por lo tanto, es uno de los alimentos que más químicos lleva en sus espaldas, a diferencia de una piña que nunca la comemos con cáscara. Debido a todos estos motivos, nuestro contacto con todos estos residuos va variando. Hay muchas recomendaciones que indican que al lavar estos alimentos se puede retirar la mayoría de residuos, pero seamos honestos, los estudios acerca de la residualidad no van de la mano con los avances tecnológicos de los agroquímicos. Es verdad que la producción orgánica es más cara, pero es más fácil y más económico retirar hierba colocando glifosato que utilizando tus propias manos. Es por esto que la producción orgánica deberíamos valorarla un poco más.
Si me preguntan, lo mejor es adquirir los alimentos a granjas o campesinos que ustedes sepan que hacen un manejo adecuado de sus siembras. No digo 100% orgánico, porque eso es muy difícil, pero debemos empezar a crear una conciencia de consumo en nosotros mismos y tratar de ser responsables en nuestras adquisiciones en la medida de lo posible.
María Esther Cortez Pazmiño
Magister en Agroecología y Agricultura Sostenible
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